lunes, 9 de enero de 2012

¿DE QUÉ TURISMO ME HABLAN?

La fiesta de fin de año y las que comienzan, siempre generan una cantidad de basura impresionante. Foto de Junta de vecinos de Cerro Concepción.
¿Cómo sería vivir las fiestas de fin de año en un Valparaíso sin la invasión de verdaderas “hordas turísticas” destruyendo todo a su paso? ¿Cómo se vería nuestro puerto sin gigantografías publicitarias en sus avenidas? ¿Cuánto valemos los ciudadanos del puerto versus los turistas?.

El fin de año y el comienzo de uno nuevo huele a parafernalia, a reventón, a tirar el puerto por la ventana, a curados y basura hasta en los recovecos más insospechados de su laberíntica geografía y lo que es peor, a precio de huevo.  Esta euforia que  es estimulada, además por nuestro entusiasta alcalde llamando a todo el mundo a venir a Valparaíso a disfrutar de las interminables fiestas, con el puerto a total disposición de visitantes de todo tipo, comienza a resultar una verdadera pesadilla para quienes vivimos en la ciudad y un descuido (uno más de los tantos) imperdonable hacia una ciudad frágil, pequeña y que no tiene capacidad alguna de contener esta llegada masiva de gente cada fin de año. 

Lo más insólito de esta situación es el gasto millonario que genera a la municipalidad los desbandes de las fiestas y el nulo ingreso que significan a las arcas municipales.  El 1 de Enero se fueron todos los turistas y los porteños nos quedamos viviendo en los percolados de todo tipo que nos dejaron las visitas. Algunos dueños de hoteles boutique y otros tantos de los restaurantes de moda, que se quedarán contando los billetes, vendrían siendo los únicos beneficiados de toda esta historia. Pero eso ya es tema para otra columna.

En opiniones anteriores he sido muy pesimista en mi percepción sobre el manejo de la ciudad de Valparaíso, de las políticas aplicadas por sus autoridades, ya no sólo por los compromisos sin cumplir, como la verdadera telenovela en que se ha convertido el tema de los ascensores, sino por la mirada a corto plazo, equivocada y populista de quienes tienen la responsabilidad de regir los destinos de Valparaíso.

Sin embargo,  afortunadamente existen casos diferentes que encienden una luz de esperanza y señalan que es posible hacer las cosas de otra forma porque hay gente inteligente en nuestro continente.  Es lo que sucedió en Sao Paulo, Brasil, una de las cuatro ciudades más pobladas del mundo; hace cuatro años atrás su alcalde, Gilberto Kassab, para mejorar la calidad de vida de sus habitantes prohibió toda la publicidad callejera, no más carteles con sostenes, teléfonos, autos o cervezas.  Esta interesante medida no fue ni siquiera mencionada por la prensa chilena, ¡no vaya a ser que a alguien se le ocurra hacer algo semejante!.

Estoy pensando también en el incendio ocurrido en Torres del Paine, gracias a la criminal negligencia de un turista, que ha arrasado miles de hectáreas de nuestra Patagonia. Valparaíso está en el límite del abismo en la actividad turística porque no tiene capacidad de planificar ni organizar un turismo sustentable y cuidadoso de nuestro patrimonio, porque en cada carnaval, fiesta popular y festival de todo tipo que se organiza, la calidad de vida de los porteños sufre los costos de esta incapacidad y porque la ciudad y su escaso patrimonio queda siempre sumida en un estado aún más precario del que conserva a duras penas sin celebraciones. Una forma irresponsable de hacer turismo que además aplaude la llegada de malls y  del retail al puerto apelando a ofrecer más y atractivos  servicios a los visitantes, en vez de restaurar y rescatar nuestro comercio local, nuestra identidad, nuestra originalidad. Me pregunto: ¿a quién le sirve esta manera de hacer turismo, quién se está beneficiando de todo esto? Valparaíso y sus habitantes, de ninguna manera.

He coincidido plenamente con la opinión que hace pocos días manifestó Cristián Warnken en El Mercurio cuando se pregunta si acaso no somos nosotros mismos los peores turistas de lo propio, si acaso no “basureamos” nuestro litoral porque es cierto que llega una gran cantidad de turistas extranjeros a Valparaíso, pero la gran mayoría son chilenos venidos principalmente de Santiago y de todas las ciudades de Chile. Y termina lapidario: “¿No hemos convertido a Valparaíso, Patrimonio de la Humanidad, en una postal pintada a la rápida “con una mano de gato” de colores chillones, sin un mínimo sentido de nuestra propia estética e historia?”.

Quizás sería interesante volver la mirada a nuestro continente y aprender de las medidas inteligentes que han tomado alcaldes y autoridades con sentido común y visión de futuro y adaptar a nuestra realidad algunas de sus propuestas. El caso de Sao Paulo es un ejemplo, pero también las políticas más extremas que se toman en Islas Galápagos en Ecuador,  en donde se controla la frecuencia y la cantidad de los turistas que llegan y quienes desean vivir en las islas deben elevar una solicitud que autoriza por cierto tiempo o rechaza esta posibilidad en atención a las condiciones y fragilidad  de ese ecosistema único en el mundo por sus  particulares características.

¿Nos atreveremos alguna vez a respetar y proteger de verdad a Valparaíso? Para eso hay que aprender a amarlo genuinamente sin intereses  oscuros o mezquinos  que la gran mayoría de los porteños, lamentablemente, percibimos en nuestras autoridades.