miércoles, 19 de octubre de 2011

VALPARAÍSO SE RESISTE

Foto: Carolina Gálvez
 “Estamos tan desorientados que creemos que gozar es ir de compras”, nos dice el escritor argentino Ernesto Sábato, en su libro La Resistencia, necesaria relectura por estos días en que Valparaíso y la forma de vida de nuestro puerto está en constante amenaza.

¿En qué minuto nos acostumbramos a aceptar pasivamente la invasión permanente de publicidad, marcas, slogans y estéticas comerciales en nuestro diario vivir? He recorrido Chile largamente y no termino de impresionarme y de inquietarme frente a una masificación tenebrosa que vislumbro en los viajes de una a otra ciudad, todas tienen en común una cantidad parecida de tiendas de retail todas con la misma arquitectura, con las mismas marcas, instaladas en pleno centro y ojalá frente a la plaza principal de cada una de ellas, (Valparaíso no es la excepción).

En todas se construyen los mismos tipos de edificios y el comercio se unifica bajo una misma cadena de supermercados, locales de comida rápida, farmacias y ferreterías.  No se salva ninguna. Y como si fuera poco, vienen precedidas desde la carretera con una infinidad de letreros gigantes en donde se nos avisa  la suerte que tendremos porque allí también encontraremos estos comercios y servicios imprescindibles. Es decir, se va perdiendo el paisaje urbano, las construcciones características,  el ritmo de vida, ese modo particular y único que tiene cada urbe de contarnos su historia y mostrar su idiosincrasia.

Falta poco para que las postales de cada lugar se conviertan en una foto con un trocito de paisaje auspiciado por una gran marca comercial. Es cada día más difícil poder fotografiar calles, paisajes, plazas y naturaleza sin que se interponga delante de nuestros ojos un letrero o un aviso con propaganda.

El sistema económico actual es un monstruo depredador que avanza implacable, una peste que quiere uniformarlo todo, que quiere manipularnos y atrofiar nuestra sensibilidad para vendernos una infinidad de cosas que no queremos, para hacer negocio, para inventarnos necesidades que nos impidan pensar y ejercer nuestras libertades.

Nos intentan transformar en manadas, entes que no se cuestionan nada y que se resignan sometidos  a un estilo de vida que lejos de procurarnos felicidad y espiritualidad nos aliena, nos deshumaniza y finalmente nos deprime.

Valparaíso, antiguo y sencillo, pobre y bello. Valparaíso, que a pesar de todas sus carencias y problemas sigue siendo una ciudad a escala humana, un lugar en donde todavía podemos contar las historias de sus lugares, sus mitos y leyendas que siguen vivos a pesar del tiempo, la modernidad y la invasión de las grandes tiendas.

Foto: Pilar Polanco
Aquí hay memoria y hay encuentro porque su geografía nos permite mirarnos unos a otros desde todos sus cerros, recovecos y calles; desde el mar y hacia él, estamos todos expuestos en nuestras grandezas y miserias.  Aquí el “progreso” trata de instalarse afanosamente, pero el ciudadano porteño no se hace aún parte de ese estilo de vida: sigue comprando en los almacenes y emporios, todavía conversa largo y pausado un café, aún cuenta con talleres de costura y reparadoras de calzado; las fuentes de soda están repletas de personas que conversan, la feria y el mercado mantienen la fidelidad del casero en el abastecimiento de la mayoría de las familias porteñas.

Aquí nadie quiso comer ni una hamburguesa del McDonalds, el local duró menos que un suspiro. Y los grandes supermercados y tiendas se han instalado con dificultad; nunca se los verá atiborrados de gente con carros rebalsados de mercaderías como en otras ciudades. Pero como no nos podemos salvar de ellos, insisten y lo seguirán haciendo una y otra vez y las estrategias entonces, comienzan a cambiar: aparece la colusión con las inmobiliarias que también se toman las ciudades y los paisajes para construir sus torres y edificios modernos que nos prometen también felicidad, seguridad, buena vida y elegancia.

Junto con ello, el estilo de vida retail: todos vestidos iguales, comprando los mismos muebles, aspirando a los mismos bienes de consumo, todo nuevo, todo desechable. ¿Para qué? Para borrar la historia de un plumazo, para ser parte de la masificación, del rebaño, del no-pensar. Por eso nos quieren instalar un mall “a toda costa”, por eso quieren “renovar” el histórico sector del Almendral con modernas torres de departamentos que echarán por tierra antiguas construcciones llenas de historia.

Por eso quieren “facilitarnos” la vida con sendos supermercados que vendrán a instalarse pronto en ambos lados de la avenida Argentina, la vía de entrada a la ciudad.  Porque no se pueden resignar a que en Valparaíso sus habitantes tengan una forma de vida más sencilla y original, en donde se piensa dos veces antes de tirar algo que todavía puede ser reparado o regalado a un amigo o vecino.

En Valparaíso todavía se cocina en las casas, el delivery es ajeno y escaso, las siestas son posibles y deseables, la vida en los barrios sigue siendo transversal y a escala humana; siempre habrá un momento para conversar con la señora de la panadería o con el caballero que reparte el diario o el que vende huevos a domicilio. La radio sonará siempre fuerte en la mayoría de las casas, para el 18 de Septiembre casi todos pintarán o arreglarán sus fachadas, comprarán ropa nueva a los hijos y tomarán cola de mono. La mayoría tenemos momentos de ocio, caminatas y paseos.

Foto: Pablo Genovese
La vida en Valparaíso no es un torbellino ni está a la moda, aquí seguimos siendo un poco anticuados y lentos. Aquellos a quienes no les gusta esta forma de vivir por lo general emigran a Viña del Mar o a Santiago, pero quienes habitamos el puerto valoramos, atesoramos y disfrutamos este Valparaíso y nos resistimos con fuerza a que nos quieran imponer una manera de vivir, una identidad que no nos pertenece y que sólo obedece a oscuros intereses financieros. Ernesto Sábato lo resume. “Un lujo verdadero es un encuentro humano, un momento de silencio, el gozo de una obra de arte o de un trabajo bien hecho.  Gozos verdaderos son aquellos que llenan el alma de gratitud y nos predisponen al amor”.

martes, 4 de octubre de 2011

ASESINAR EL PUERTO

Un collage de Gonzalo Ilabaca. Un puerto de colores y mágico.
“Si hay un puerto que tiene profundidades en Chile, es Valparaíso, que tiene un gran futuro por delante, el Mall y el proyecto inmobiliario ‘Puerto Barón’ nos quitan todas las posibilidades de materializar este crecimiento.  Esto es asesinar el puerto”. Claras y categóricas fueron las declaraciones recientes del Comandante en Jefe de la Armada, Almirante Edmundo González. Una declaración que comparto en esta oportunidad con absoluta convicción.

Si bien, el turismo y el crecimiento del sector universitario son actividades generadoras de importantes recursos para la ciudad, no debemos olvidar que para un puerto su principal fuente de desarrollo económico, laboral y de servicios es el fortalecimiento de su actividad portuaria.

¿Cómo es posible que haya que defender el borde costero de Valparaíso de una aberración tan grande como la construcción de un centro comercial y de un edificio de departamentos? Parece que esto fuese de un criterio y una lógica que no requiere de mayores cuestionamientos. Sin embargo, no es así, porque se quiere llevar a cabo. El puerto de Valparaíso, el más antiguo de nuestro país, la entrada a la ciudad desde el mar, donde los cerros te dan la bienvenida abarcando toda la bahía, ese lugar relativamente pequeño al que años de historia y generaciones de navegantes le han otorgado una aura mítica, que debe ser por lo mismo, cuidado y conservado; donde zarpan los barcos, arriban los pasajeros y la carga, donde hay despedidas, marineros y actividad portuaria. Ese lugar, donde ocurre una parte fundamental de la identidad de Valparaíso no puede ni debe “farandulizarse” con un mall y menos aún, con un proyecto inmobiliario. Y menos, habiendo tantas posibilidades de crear un espacio turístico atractivo, respetuoso de su entorno, con un sector para cafeterías y tiendas de artesanías, embarcaderos para los paseos por la bahía, etc. Una zona que nos invite a dar caminatas contemplando el mar y a conectarnos con el espíritu del puerto.

Pienso en el hermoso e importante puerto de Montreal en Canadá; allí aún se conserva toda la importancia de su actividad portuaria, recibiendo además gran cantidad de transatlánticos y donde se ha valorado la parte antigua, convertida hoy en un paseo tradicional, amable y turístico. A nadie se le habría ocurrido ocuparlo con una gran tienda comercial ni con departamentos para particulares.

Por otra parte, todas las tendencias de desarrollo urbano sustentable de las ciudades del mundo, y también de Chile, aconsejan construir los malls en los extramuros. La razón es simple, la arquitectura de estos edificios es estandarizada y funcional, son idénticos en todas partes aunque en distintos tamaños. Su estética no es atractiva ni son un aporte  arquitectónico porque no están pensados para eso.

Además, la actividad “sucia” que generan a su alrededor es un flaco favor para el sector donde se instalan. Basta con darse una vuelta por el Mall Marina Arauco en Viña para comprobar que todo lo que ocurre en esa zona es deplorable: gentío, comercio ambulante, gran cantidad de basura, camiones de abastecimiento, ruido, congestión vehicular y una fealdad a toda prueba.

¿Eso queremos para nuestro hermoso borde costero, entrada principal al Puerto de Valparaíso, Patrimonio Cultural de la Humanidad? No debiéramos ni siquiera tener que plantearlo.
Es curioso que nuestras autoridades y en especial el alcalde de Valparaíso esté tan entusiasmado con un proyecto que la gran mayoría de los porteños rechaza y que causará, además, un daño irreparable al pequeño y antiguo comercio que funciona en el plan de la ciudad donde aún sobreviven emporios, almacenes y pequeñas tiendas llenas de tradición e historia.

Aquello que se conserva como “lugar valioso” irá perdiendo rápidamente su capacidad de competir con las grandes tiendas que funcionarán en el mall. Valparaíso tiene otro ritmo, otra estética, otra forma de hacer comercio que no se vincula de manera alguna con el macro estilo de los grandes centros del retail.

Una muestra de aquello fue lo que pasó con la llegada de Cencosud a la Avenida Argentina, donde funcionó GasValpo en un edificio histórico del que tramposamente se conservó una desvaída fachada: se mató la dignidad de la entrada y la vista al ascensor Barón, se acabaron las pequeñas y antiguas tiendas a su alrededor porque llega otra gran tienda (la tristemente célebre La Polar) y vemos que sus estacionamientos y promociones de mercaderías tienen vista al mar.

Para qué decir de las nuevas instalaciones muertas que colindan con su entrada por Avenida España, que son de lo más modernas, pero que generan escasa y pobre actividad comercial, sin relación alguna con las construcciones del Cerro Barón. Un cerro de ferroviarios, de porteños comunes y corrientes que viven allí por generaciones y que ven como también se va llenando de torres que no respetan ni siquiera la vista de la Iglesia San Francisco, una de las más antiguas y emblemáticas.

En cuanto a nuestra actividad turística, creo que una de las características originales y únicas que tenemos es justamente esa: ser quizá una de las pocas ciudades importantes del mundo que no tiene mall.  No creo que sea un atractivo muy interesante de visitar, es más, creo que es bastante vergonzoso ofrecerlo como posibilidad de paseo al turista en una ciudad patrimonial. Y si alguien tiene necesidad de  acudir a uno, en Viña del Mar a pocos minutos hay tres y por si fuera poco, dos más en construcción. No lo necesitamos, definitivamente.
Foto: Pablo Genovese
Cuando salgo de mi casa, bajo dos cuadras, atravieso la Avenida España y estoy junto al mar. Ahí recorro el hermoso Paseo Wheelwhrigt, bien concebido, con sus imponentes  roqueríos, los lobos marinos nadando cerca de la orilla y una estupenda ciclovía. Y lo mejor es que el paseo está aún descontaminado de vendedores ambulantes, basura y publicidad, es un privilegio poder realizar largas caminatas admirando el paisaje y el vuelo de las gaviotas. Es una posibilidad de conectarnos con un poco de silencio, con la naturaleza que nos recibe generosa y con esa nostalgia que nos trae el puerto con toda su carga de historias de marinos, bohemia, poesía y libertad.

¿Para qué queremos un mall?  Por el contrario, el mall, nos hace mal.