Foto: Carolina Gálvez |
“Estamos tan desorientados que creemos que gozar es ir de compras”, nos dice el escritor argentino Ernesto Sábato, en su libro La Resistencia, necesaria relectura por estos días en que Valparaíso y la forma de vida de nuestro puerto está en constante amenaza.
¿En qué minuto nos acostumbramos a aceptar pasivamente la invasión permanente de publicidad, marcas, slogans y estéticas comerciales en nuestro diario vivir? He recorrido Chile largamente y no termino de impresionarme y de inquietarme frente a una masificación tenebrosa que vislumbro en los viajes de una a otra ciudad, todas tienen en común una cantidad parecida de tiendas de retail todas con la misma arquitectura, con las mismas marcas, instaladas en pleno centro y ojalá frente a la plaza principal de cada una de ellas, (Valparaíso no es la excepción).
En todas se construyen los mismos tipos de edificios y el comercio se unifica bajo una misma cadena de supermercados, locales de comida rápida, farmacias y ferreterías. No se salva ninguna. Y como si fuera poco, vienen precedidas desde la carretera con una infinidad de letreros gigantes en donde se nos avisa la suerte que tendremos porque allí también encontraremos estos comercios y servicios imprescindibles. Es decir, se va perdiendo el paisaje urbano, las construcciones características, el ritmo de vida, ese modo particular y único que tiene cada urbe de contarnos su historia y mostrar su idiosincrasia.
Falta poco para que las postales de cada lugar se conviertan en una foto con un trocito de paisaje auspiciado por una gran marca comercial. Es cada día más difícil poder fotografiar calles, paisajes, plazas y naturaleza sin que se interponga delante de nuestros ojos un letrero o un aviso con propaganda.
El sistema económico actual es un monstruo depredador que avanza implacable, una peste que quiere uniformarlo todo, que quiere manipularnos y atrofiar nuestra sensibilidad para vendernos una infinidad de cosas que no queremos, para hacer negocio, para inventarnos necesidades que nos impidan pensar y ejercer nuestras libertades.
Nos intentan transformar en manadas, entes que no se cuestionan nada y que se resignan sometidos a un estilo de vida que lejos de procurarnos felicidad y espiritualidad nos aliena, nos deshumaniza y finalmente nos deprime.
Valparaíso, antiguo y sencillo, pobre y bello. Valparaíso, que a pesar de todas sus carencias y problemas sigue siendo una ciudad a escala humana, un lugar en donde todavía podemos contar las historias de sus lugares, sus mitos y leyendas que siguen vivos a pesar del tiempo, la modernidad y la invasión de las grandes tiendas.
Foto: Pilar Polanco |
Aquí nadie quiso comer ni una hamburguesa del McDonalds, el local duró menos que un suspiro. Y los grandes supermercados y tiendas se han instalado con dificultad; nunca se los verá atiborrados de gente con carros rebalsados de mercaderías como en otras ciudades. Pero como no nos podemos salvar de ellos, insisten y lo seguirán haciendo una y otra vez y las estrategias entonces, comienzan a cambiar: aparece la colusión con las inmobiliarias que también se toman las ciudades y los paisajes para construir sus torres y edificios modernos que nos prometen también felicidad, seguridad, buena vida y elegancia.
Junto con ello, el estilo de vida retail: todos vestidos iguales, comprando los mismos muebles, aspirando a los mismos bienes de consumo, todo nuevo, todo desechable. ¿Para qué? Para borrar la historia de un plumazo, para ser parte de la masificación, del rebaño, del no-pensar. Por eso nos quieren instalar un mall “a toda costa”, por eso quieren “renovar” el histórico sector del Almendral con modernas torres de departamentos que echarán por tierra antiguas construcciones llenas de historia.
Por eso quieren “facilitarnos” la vida con sendos supermercados que vendrán a instalarse pronto en ambos lados de la avenida Argentina, la vía de entrada a la ciudad. Porque no se pueden resignar a que en Valparaíso sus habitantes tengan una forma de vida más sencilla y original, en donde se piensa dos veces antes de tirar algo que todavía puede ser reparado o regalado a un amigo o vecino.
En Valparaíso todavía se cocina en las casas, el delivery es ajeno y escaso, las siestas son posibles y deseables, la vida en los barrios sigue siendo transversal y a escala humana; siempre habrá un momento para conversar con la señora de la panadería o con el caballero que reparte el diario o el que vende huevos a domicilio. La radio sonará siempre fuerte en la mayoría de las casas, para el 18 de Septiembre casi todos pintarán o arreglarán sus fachadas, comprarán ropa nueva a los hijos y tomarán cola de mono. La mayoría tenemos momentos de ocio, caminatas y paseos.
Foto: Pablo Genovese |