viernes, 30 de diciembre de 2011

VIVIR A DESTIEMPO

Ilustración: Isabel Hojas
Si a usted se le ocurre ir a comprar un pino navideño en diciembre o si tiene la intención de buscar un traje de baño en febrero, se le digo al tiro,  mejor ni haga la prueba de solicitarlo a un vendedor de tienda porque lo más probable es que lo miren de arriba abajo con profundo desprecio. Porque los tiempos nuevos, estos tiempos en que las grandes tiendas del retail nos han robado y falsificado, han decidido que usted debe comenzar a comprar sus adornos navideños a partir de octubre, su ropa veraniega y trajes de baño en noviembre.

Han decidido que los uniformes escolares se deben adquirir en Enero, que el ambiente dieciochero debe tenerlo claro en Agosto y así suma y sigue una larga lista de fechas a las que se les ha cambiado su tiempo. Y cuando no existe una fecha consumista, se inventa algún tipo de festividad como el día del amor, de los amigos, los abuelos, el niño o se importa una fiesta extranjera tipo Halloween y se comienza la campaña ojalá uno o dos meses antes del día “especial”, es decir, todos los sentidos puestos y dirigidos en las compras, a la ansiedad por comprar, y comprar como la actividad más importante de la vida cotidiana; y antes de tiempo porque cuando llegue la fecha indicada, ya se retiró y liquidó todo, porque ya estará en venta lo que viene más adelante.

Porque en verano nos ofrecen la ropa de invierno y en invierno la de verano. “Adelanto de temporada”, le llaman. Adelanto de vida, adelanto de gasto, adelanto de compra. Me pregunto hasta cuándo seguiremos soportando esta presión inhumana e inútil por andar detrás de consumir bienes y servicios sin ningún sentido; hasta cuando le seguiremos haciendo el juego al modelo del retail que ni siquiera tiene como objetivo vender, sino otorgar crédito para que el cliente quede apernado de por vida con ellos.

Me intriga saber cuál será el límite que pondremos para vivir los tiempos que no nos corresponden, corriendo siempre tras una nueva adquisición como si la vida se nos fuera en ello, como si estuviéramos enfrentados siempre a una nueva competencia. Tengo la impresión que con este apuro y el adelanto de los tiempos, cuando llegue realmente el día que se quiera celebrar o disfrutar, se producirá una gran frustración, una sensación de gran vacío.

Por eso, yo voy a seguir insistiendo en que todo el sistema de malls y retail, además de generar mucha fealdad, malos empleos y gran contaminación a las ciudades de nuestro país, siguen haciendo el trabajo sucio de embrutecer a los ciudadanos llevándonos en una espiral de mal vivir que yo no quiero para Valparaíso.

Les pido las disculpas del caso si usted esperaba una columna de opinión acerca del complicado regreso a clases en Marzo o del sentido de regalar huevitos de chocolates en pascua de resurrección en Abril. Pero seré tozuda e implacable: quiero vivir las estaciones del año cuando corresponden, quiero celebrar mi cumpleaños el día y el mes en que nací, quiero disfrutar el presente intensamente y pensar en el futuro como una posibilidad incierta que no controlo y que nadie tiene asegurada.

No seamos giles, ser feliz es gratis y no tiene nada que ver con ir a comprar ni con armar verdaderos set televisivos de mal gusto para celebrar navidad, fiestas patrias o lo que a usted se le ocurra celebrar. Soy inmensamente feliz al sentarme en el jardín de mi casa a contemplar en silencio a los colibríes cuando llegan a chupar el néctar de la mata de salvia. Lo más probable es que la vida sea harto más simple, buena y fácil de lo que hoy nos quieren hacer creer.

martes, 22 de noviembre de 2011

VALPARAÍSO NO ES MIAMI

Foto: Pilar Polanco
“El juego es partir a la aventura, como un velero, soltar velas. Ir a Valparaíso, o a Chiloé, por las calles todo el día, vagar y vagar por partes desconocidas, y sentarse cuando uno está cansado bajo un árbol, comprar un plátano o unos panes y así tomar un tren, ir a una parte que a uno le tinque, y mirar, dibujar también, y mirar. Salirse del mundo conocido, entrar en lo que nunca has visto, dejarse llevar…”. Esas palabras son de Sergio Larraín desde la experiencia de la fotografia en un recorrido por Valpo o Chiloé. Y no es casual esa percepción al caminar por nuestra ciudad, es la sensibilidad y el contacto con un lugar diferente, “la ciudad andamio”, desordenada, bella en su urbanidad, simple y compleja.

Valparaíso es necesariamente fotografiada, filmada y escrita por los artistas que la miran y la viven, no sólo desde su paisaje y geografía, sino desde sus habitantes con sus particulares formas de vida que se alejan de lo formal y de lo planificado.  Aquí nada es masivo, se va quedando un dejo de vida antigua y de cosas viejas que conviven junto al turismo incipiente que hace pocos años se desarrolla en Valparaíso y que no tiene nada que ver con el turismo de los balnearios por ejemplo, ni con la actividad turística típica de nuestros espectaculares paisajes del norte o de la Patagonia de Chile.

Y curiosamente los extranjeros y chilenos que recorren nuestro país, cuando deciden en algún minuto de lúcidez y cambio de vida, buscar un nuevo lugar para vivir, indefectiblemente se instalan en Valparaíso a pesar de toda su precariedad y fragilidad.  Siempre me pregunté por qué, insólita pregunta viniendo de mi propia historia personal: yo elegí Valparaíso para vivir hace ya, 17 años.  Pero no tuve respuesta clara sino hasta hace pocos años, antes fueron sólo algunas sensaciones e intuiciones, ahora ya sé por qué.

Cuando recién conocí y recorrí a fondo Valparaíso, mi primer impulso fue de arrancar, de salir corriendo; había aquí una energía, un despelote, un encontrarse a la vuelta de cada esquina con lo mejor y peor de uno mismo muy fuertes. Todo lo hermoso y lo feo de mi estaba en cada paso que subía y bajaba del cerro.  Aquí uno convive en los barrios con todo el mundo sin diferenciación de clase social, aquí somos todos iguales, aquí las modas no corren. Eso, al poco tiempo se transformó un anclaje profundo a este puerto, a tomar conciencia cierta de que nunca más me iría de Valparaíso. La vida acá era posiblemente feliz por su sencillez y su particular belleza.

Eso que me pasó a mí no es una situación excepcional. Todas las personas que han adoptado a Valparaíso para vivir tienen una historia parecida. Por eso podemos valorar y entender lo importante de reflexionar hacia dónde apunta la forma de hacer turismo en nuestra ciudad, ya que hasta aquí vemos mucha improvisación y error.  No se trata de modificar, modernizar y clonar a Valparaíso en su esencia para hacerla parecida a lugares típicamente turísticos, porque es justamente esa gran diferencia la que la hace atractiva, única y un verdadero imán.

Aquí es donde nos falta un plan director, un camino que apunte hacia el objetivo de la preservación y el cuidado de la forma de vida porteña. No entiendo por turismo llenarnos de hoteles boutique en pleno casco histórico o lugares patrimoniales, tampoco la proliferación de restaurantes carísimos y de dudosa calidad, concentrados casi todos en un mismo lugar; menos la llegada de un mall en el borde costero y de las inmobiliarias construyendo edificios y torres sin piedad en medio de los cerros. Tambien necesitamos regulación y control de la cantidad de taxis colectivos recorriendo sin piedad nuestras calles, y recuperar la agradable sensación de caminar sin la contaminación del desmedido número de autos ofreciendo un pésimo y caro servicio, y ojo con la cantidad de gigantografías y pantallas publicitarias de las empresas de retail que se quieren instalar en Valparaíso.

Este puerto es el lugar ideal para marcar la diferencia que ya tiene: comercio local, antiguo y a pequeña escala, restauración y recuperación de antiguas edificaciones, actividad cultural original y de excepción. Es una maravilla contar por estos días con Festival de Danza, Festival Internacional de Fotografía de Valparaíso, Festival de Cine Recobrado, Puerto de Ideas, Festival Internacional de Cuenta Cuentos y de Payasos, Festival de Teatro Container, etc. todas actividades únicas de gran aporte a la comunidad y al turismo.  Creo que es la manera, sin ser experta, que visualizo para apuntar a una forma valiosa de hacer turismo en una ciudad patrimonial. Esa es nuestra gracia, nuestro plus y nuestra ventaja que reconocen los extranjeros que nos visitan y los que se quieren quedar para siempre aquí, los chilenos que eligen a Valparaíso para tener la posibilidad de otra forma de vida, los porteños mismos que defienden sus espacios y su vida cotidiana y que se quedan en el puerto por generaciones con orgullo y amor.

¿Usted se imagina a Valparaíso con teams en alguna de sus playas, con malls a la orilla del mar, con festivales de la canción, con mega supermercados en sus principales calles, con cerros para ricos y pobres, con casino y palmeras? No pues, eso ya no sería Valparaíso, sería apenas un remedo de Viña del Mar o de Miami.

domingo, 6 de noviembre de 2011

VALPARAISO HUMILLADO UNA VEZ MÁS

Yo no sé a ti, pero a mí las humillantes imágenes de los carros del ascensor Barón y sus rieles, abandonados cual chatarra en el Parque Quintil de Valparaíso junto a rumas de antiguos adoquines, no sólo me produjeron dolor y rabia, también me hicieron cambiar rápidamente el tema de la columna que tenía preparada para esta semana.  Es que en medio de ese traidor acostumbramiento y resignación de la mayoría de los porteños  a que en nuestra ciudad estas cosas son naturales, que el abandono y la desidia frente a los temas que nos aquejan como puerto, como patrimonio de la humanidad, son cotidianos, yo no puedo pasarlos por alto. Como ciudadana levanto mi voz, me rebelo, pego un grito fuerte y profundo: ¡Ya basta!  No solamente basta de tener a nuestros ascensores, medio de transporte fundamental para la vida en los cerros de Valparaíso, paralizados y muertos sino que ahora también debemos verlos abandonados en pésimo estado como un escombro más, ¿esperando qué, ser vendidos al kilo como metal, como un cachureo cualquiera? La nota periodística en TVN, no sólo en su noticiario central sino en el regional, me dio vergüenza e impotencia, ¿por qué nuestra hermosa ciudad tiene que ser humillada y saqueada en forma permanente por las autoridades encargadas de regir sus destinos en vez de de cuidarla y defenderla?, ¿por qué? Porque elegimos mal, queridos porteños, porque en las campañas electorales todos los candidatos nos mienten, nos muestran edificantes intenciones de sacar adelante y fortalecer la identidad y la potencia que  Valparaíso tiene naturalmente.  Sin embargo, a poco andar comienzan los lloriqueos alcaldicios,  la consabida imposibilidad de hacer algo por falta de recursos, por sentirse atados de manos por la contraloría, por ser sobrepasados por los problemas endémicos que arrastra el puerto y por un largo etcétera de justificaciones para explicar la falta de capacidad, de visión y de voluntad de solucionar aquellas demandas que son urgentes, todas ellas conocidas y archireconocidas por todos.

Foto: Eduardo Couve
La imagen de Valparaíso se vende oficial y extraoficialmente con fotos de ascensores, con calles antiguas adoquinadas hace siglos, con los cerros recibiendo de pie y orgullosos a todos sus visitantes; sin embargo esa es, a estas alturas, una publicidad engañosa de la ciudad, que llama a confusión, a sentirse estafado.  Y la vergüenza es una práctica diaria que padecemos quienes vivimos aquí frente a las preguntas de los visitantes que por cada cosa que consultan y que figuran en sus guías turísticas, uno debe contestar: no funciona, no existe, se acabó.  La vergüenza a la que estamos expuestos a diario y de la que las autoridades escapan hábilmente, es imperdonable e injustificable.  Ya perdimos la cuenta de la cantidad de fechas que nos han entregado para volver a tener los ascensores de Valparaíso funcionando, ya ni sabemos la cantidad de estudios carísimos encargados a no sé qué tipo de organizaciones para ver su factibilidad de funcionamiento; las veces que nos prometen a través de diarios, radios y revistas que ahora sí, ahora ya vienen, ahora sí que sí tendremos los ascensores.  Mientras tanto el tiempo pasando cruel e implacable, por años, en que sectores quedan completamente aislados por la falta de transporte. El Cerro Bellavista, a la altura del Museo a Cielo Abierto, es uno de los más emblemáticos, pero a nadie parece importarle demasiado: “…es que la situación es tan compleja”.  Mientras tanto, las estaciones de los ascensores en estado de muerte y fantasmagoría, sufren saqueos, incendios, cierres y abandono.  Allí donde han existido piezas importadas antiquísimas y valiosas que son parte de la historia de Valparaíso, ahora libradas a su propia suerte. ¿Cómo llegaron a ese descampado todos esos adoquines antiguos arrumbados como escombros junto a los carros y los rieles? Suponíamos que en los arreglos del cerro Alegre y Concepción se retiraban los adoquines para luego devolverlos a su lugar… ¿Qué pasó con ello, es también parte de la inoperancia, del desfalco, de la indolencia?.

Lautaro Rosas
Tengo en mis manos un valioso libro llamado “Cartas a mi Abuelo, don Lautaro Rosas” escrito por su nieta Magdalena Rosas, músico, habitante y defensora de la Patagonia Chilena, en donde investiga y nos cuenta de la gestión y el carácter de quien fuera alcalde de Valparaíso, un verdadero “hacedor”, ajeno a la corrupción y al escamoteo de fondos públicos, un auténtico servidor público que concreta y realiza en el puerto lo que soñó a pesar de que muchos de los problemas que hoy aquejan a la ciudad ya se hacían presentes entre 1928 y 1930.  Sin embargo, él tuvo la capacidad y el espíritu para engrandecer y trabajar por solucionar los problemas de Valparaíso, en el breve lapso de su alcaldía. Su característica era la rapidez en la acción, recorriendo y supervisando  personalmente avenidas, calles y cerros en donde se hacían trabajos, para imponerse de su marcha, como si se tratara de algo propio. ¿Qué diría don Lautaro Rosas si viera lo que ha ocurrido con los ascensores de Valparaíso? Es  probable que él nunca permitiera una paralización de ellos.

Libro: Ascensores, E. Couve
Y tengo también a mano otros tres bellos libros de fotografías y textos sobre Valparaíso, de Eduardo Couve: “Ascensores”, “Escaleras” y “Valparaíso Imaginario”. Lecturas que recomiendo ampliamente para comprender la importancia de devolverle la dignidad a nuestra ciudad, a través de sus ascensores y de un cuidado real y profundo a su identidad. 

“En los ascensores se balancea la vida, mientras sus carros oscilantes contemplan el diario vivir de este puerto, el habitante invisible deja al viento su vestir”

miércoles, 19 de octubre de 2011

VALPARAÍSO SE RESISTE

Foto: Carolina Gálvez
 “Estamos tan desorientados que creemos que gozar es ir de compras”, nos dice el escritor argentino Ernesto Sábato, en su libro La Resistencia, necesaria relectura por estos días en que Valparaíso y la forma de vida de nuestro puerto está en constante amenaza.

¿En qué minuto nos acostumbramos a aceptar pasivamente la invasión permanente de publicidad, marcas, slogans y estéticas comerciales en nuestro diario vivir? He recorrido Chile largamente y no termino de impresionarme y de inquietarme frente a una masificación tenebrosa que vislumbro en los viajes de una a otra ciudad, todas tienen en común una cantidad parecida de tiendas de retail todas con la misma arquitectura, con las mismas marcas, instaladas en pleno centro y ojalá frente a la plaza principal de cada una de ellas, (Valparaíso no es la excepción).

En todas se construyen los mismos tipos de edificios y el comercio se unifica bajo una misma cadena de supermercados, locales de comida rápida, farmacias y ferreterías.  No se salva ninguna. Y como si fuera poco, vienen precedidas desde la carretera con una infinidad de letreros gigantes en donde se nos avisa  la suerte que tendremos porque allí también encontraremos estos comercios y servicios imprescindibles. Es decir, se va perdiendo el paisaje urbano, las construcciones características,  el ritmo de vida, ese modo particular y único que tiene cada urbe de contarnos su historia y mostrar su idiosincrasia.

Falta poco para que las postales de cada lugar se conviertan en una foto con un trocito de paisaje auspiciado por una gran marca comercial. Es cada día más difícil poder fotografiar calles, paisajes, plazas y naturaleza sin que se interponga delante de nuestros ojos un letrero o un aviso con propaganda.

El sistema económico actual es un monstruo depredador que avanza implacable, una peste que quiere uniformarlo todo, que quiere manipularnos y atrofiar nuestra sensibilidad para vendernos una infinidad de cosas que no queremos, para hacer negocio, para inventarnos necesidades que nos impidan pensar y ejercer nuestras libertades.

Nos intentan transformar en manadas, entes que no se cuestionan nada y que se resignan sometidos  a un estilo de vida que lejos de procurarnos felicidad y espiritualidad nos aliena, nos deshumaniza y finalmente nos deprime.

Valparaíso, antiguo y sencillo, pobre y bello. Valparaíso, que a pesar de todas sus carencias y problemas sigue siendo una ciudad a escala humana, un lugar en donde todavía podemos contar las historias de sus lugares, sus mitos y leyendas que siguen vivos a pesar del tiempo, la modernidad y la invasión de las grandes tiendas.

Foto: Pilar Polanco
Aquí hay memoria y hay encuentro porque su geografía nos permite mirarnos unos a otros desde todos sus cerros, recovecos y calles; desde el mar y hacia él, estamos todos expuestos en nuestras grandezas y miserias.  Aquí el “progreso” trata de instalarse afanosamente, pero el ciudadano porteño no se hace aún parte de ese estilo de vida: sigue comprando en los almacenes y emporios, todavía conversa largo y pausado un café, aún cuenta con talleres de costura y reparadoras de calzado; las fuentes de soda están repletas de personas que conversan, la feria y el mercado mantienen la fidelidad del casero en el abastecimiento de la mayoría de las familias porteñas.

Aquí nadie quiso comer ni una hamburguesa del McDonalds, el local duró menos que un suspiro. Y los grandes supermercados y tiendas se han instalado con dificultad; nunca se los verá atiborrados de gente con carros rebalsados de mercaderías como en otras ciudades. Pero como no nos podemos salvar de ellos, insisten y lo seguirán haciendo una y otra vez y las estrategias entonces, comienzan a cambiar: aparece la colusión con las inmobiliarias que también se toman las ciudades y los paisajes para construir sus torres y edificios modernos que nos prometen también felicidad, seguridad, buena vida y elegancia.

Junto con ello, el estilo de vida retail: todos vestidos iguales, comprando los mismos muebles, aspirando a los mismos bienes de consumo, todo nuevo, todo desechable. ¿Para qué? Para borrar la historia de un plumazo, para ser parte de la masificación, del rebaño, del no-pensar. Por eso nos quieren instalar un mall “a toda costa”, por eso quieren “renovar” el histórico sector del Almendral con modernas torres de departamentos que echarán por tierra antiguas construcciones llenas de historia.

Por eso quieren “facilitarnos” la vida con sendos supermercados que vendrán a instalarse pronto en ambos lados de la avenida Argentina, la vía de entrada a la ciudad.  Porque no se pueden resignar a que en Valparaíso sus habitantes tengan una forma de vida más sencilla y original, en donde se piensa dos veces antes de tirar algo que todavía puede ser reparado o regalado a un amigo o vecino.

En Valparaíso todavía se cocina en las casas, el delivery es ajeno y escaso, las siestas son posibles y deseables, la vida en los barrios sigue siendo transversal y a escala humana; siempre habrá un momento para conversar con la señora de la panadería o con el caballero que reparte el diario o el que vende huevos a domicilio. La radio sonará siempre fuerte en la mayoría de las casas, para el 18 de Septiembre casi todos pintarán o arreglarán sus fachadas, comprarán ropa nueva a los hijos y tomarán cola de mono. La mayoría tenemos momentos de ocio, caminatas y paseos.

Foto: Pablo Genovese
La vida en Valparaíso no es un torbellino ni está a la moda, aquí seguimos siendo un poco anticuados y lentos. Aquellos a quienes no les gusta esta forma de vivir por lo general emigran a Viña del Mar o a Santiago, pero quienes habitamos el puerto valoramos, atesoramos y disfrutamos este Valparaíso y nos resistimos con fuerza a que nos quieran imponer una manera de vivir, una identidad que no nos pertenece y que sólo obedece a oscuros intereses financieros. Ernesto Sábato lo resume. “Un lujo verdadero es un encuentro humano, un momento de silencio, el gozo de una obra de arte o de un trabajo bien hecho.  Gozos verdaderos son aquellos que llenan el alma de gratitud y nos predisponen al amor”.

martes, 4 de octubre de 2011

ASESINAR EL PUERTO

Un collage de Gonzalo Ilabaca. Un puerto de colores y mágico.
“Si hay un puerto que tiene profundidades en Chile, es Valparaíso, que tiene un gran futuro por delante, el Mall y el proyecto inmobiliario ‘Puerto Barón’ nos quitan todas las posibilidades de materializar este crecimiento.  Esto es asesinar el puerto”. Claras y categóricas fueron las declaraciones recientes del Comandante en Jefe de la Armada, Almirante Edmundo González. Una declaración que comparto en esta oportunidad con absoluta convicción.

Si bien, el turismo y el crecimiento del sector universitario son actividades generadoras de importantes recursos para la ciudad, no debemos olvidar que para un puerto su principal fuente de desarrollo económico, laboral y de servicios es el fortalecimiento de su actividad portuaria.

¿Cómo es posible que haya que defender el borde costero de Valparaíso de una aberración tan grande como la construcción de un centro comercial y de un edificio de departamentos? Parece que esto fuese de un criterio y una lógica que no requiere de mayores cuestionamientos. Sin embargo, no es así, porque se quiere llevar a cabo. El puerto de Valparaíso, el más antiguo de nuestro país, la entrada a la ciudad desde el mar, donde los cerros te dan la bienvenida abarcando toda la bahía, ese lugar relativamente pequeño al que años de historia y generaciones de navegantes le han otorgado una aura mítica, que debe ser por lo mismo, cuidado y conservado; donde zarpan los barcos, arriban los pasajeros y la carga, donde hay despedidas, marineros y actividad portuaria. Ese lugar, donde ocurre una parte fundamental de la identidad de Valparaíso no puede ni debe “farandulizarse” con un mall y menos aún, con un proyecto inmobiliario. Y menos, habiendo tantas posibilidades de crear un espacio turístico atractivo, respetuoso de su entorno, con un sector para cafeterías y tiendas de artesanías, embarcaderos para los paseos por la bahía, etc. Una zona que nos invite a dar caminatas contemplando el mar y a conectarnos con el espíritu del puerto.

Pienso en el hermoso e importante puerto de Montreal en Canadá; allí aún se conserva toda la importancia de su actividad portuaria, recibiendo además gran cantidad de transatlánticos y donde se ha valorado la parte antigua, convertida hoy en un paseo tradicional, amable y turístico. A nadie se le habría ocurrido ocuparlo con una gran tienda comercial ni con departamentos para particulares.

Por otra parte, todas las tendencias de desarrollo urbano sustentable de las ciudades del mundo, y también de Chile, aconsejan construir los malls en los extramuros. La razón es simple, la arquitectura de estos edificios es estandarizada y funcional, son idénticos en todas partes aunque en distintos tamaños. Su estética no es atractiva ni son un aporte  arquitectónico porque no están pensados para eso.

Además, la actividad “sucia” que generan a su alrededor es un flaco favor para el sector donde se instalan. Basta con darse una vuelta por el Mall Marina Arauco en Viña para comprobar que todo lo que ocurre en esa zona es deplorable: gentío, comercio ambulante, gran cantidad de basura, camiones de abastecimiento, ruido, congestión vehicular y una fealdad a toda prueba.

¿Eso queremos para nuestro hermoso borde costero, entrada principal al Puerto de Valparaíso, Patrimonio Cultural de la Humanidad? No debiéramos ni siquiera tener que plantearlo.
Es curioso que nuestras autoridades y en especial el alcalde de Valparaíso esté tan entusiasmado con un proyecto que la gran mayoría de los porteños rechaza y que causará, además, un daño irreparable al pequeño y antiguo comercio que funciona en el plan de la ciudad donde aún sobreviven emporios, almacenes y pequeñas tiendas llenas de tradición e historia.

Aquello que se conserva como “lugar valioso” irá perdiendo rápidamente su capacidad de competir con las grandes tiendas que funcionarán en el mall. Valparaíso tiene otro ritmo, otra estética, otra forma de hacer comercio que no se vincula de manera alguna con el macro estilo de los grandes centros del retail.

Una muestra de aquello fue lo que pasó con la llegada de Cencosud a la Avenida Argentina, donde funcionó GasValpo en un edificio histórico del que tramposamente se conservó una desvaída fachada: se mató la dignidad de la entrada y la vista al ascensor Barón, se acabaron las pequeñas y antiguas tiendas a su alrededor porque llega otra gran tienda (la tristemente célebre La Polar) y vemos que sus estacionamientos y promociones de mercaderías tienen vista al mar.

Para qué decir de las nuevas instalaciones muertas que colindan con su entrada por Avenida España, que son de lo más modernas, pero que generan escasa y pobre actividad comercial, sin relación alguna con las construcciones del Cerro Barón. Un cerro de ferroviarios, de porteños comunes y corrientes que viven allí por generaciones y que ven como también se va llenando de torres que no respetan ni siquiera la vista de la Iglesia San Francisco, una de las más antiguas y emblemáticas.

En cuanto a nuestra actividad turística, creo que una de las características originales y únicas que tenemos es justamente esa: ser quizá una de las pocas ciudades importantes del mundo que no tiene mall.  No creo que sea un atractivo muy interesante de visitar, es más, creo que es bastante vergonzoso ofrecerlo como posibilidad de paseo al turista en una ciudad patrimonial. Y si alguien tiene necesidad de  acudir a uno, en Viña del Mar a pocos minutos hay tres y por si fuera poco, dos más en construcción. No lo necesitamos, definitivamente.
Foto: Pablo Genovese
Cuando salgo de mi casa, bajo dos cuadras, atravieso la Avenida España y estoy junto al mar. Ahí recorro el hermoso Paseo Wheelwhrigt, bien concebido, con sus imponentes  roqueríos, los lobos marinos nadando cerca de la orilla y una estupenda ciclovía. Y lo mejor es que el paseo está aún descontaminado de vendedores ambulantes, basura y publicidad, es un privilegio poder realizar largas caminatas admirando el paisaje y el vuelo de las gaviotas. Es una posibilidad de conectarnos con un poco de silencio, con la naturaleza que nos recibe generosa y con esa nostalgia que nos trae el puerto con toda su carga de historias de marinos, bohemia, poesía y libertad.

¿Para qué queremos un mall?  Por el contrario, el mall, nos hace mal.

lunes, 26 de septiembre de 2011

EN VALPARAISO SOMOS TODOS ESTÚPIDOS

EL cafe Riquet era clásico, pero desapareció. Ahora en
su lugar van a instalar otra farmacia.
Yo no soy nada de tonta. Y estoy segura que la gran mayoría de los porteños tampoco.  Entonces, ¿por qué se nos trata cómo tontos? Leo en el diario la noticia que el antiguo  Café Riquet que hace un tiempo se nos dijo sería recuperado y abierto nuevamente al público, ahora pasará a ser una farmacia Salcobrand, lo que causa gran alegría y orgullo al señor alcalde de Valparaíso y a su directora de gestión patrimonial porque, no nos vayamos a equivocar, esto no es una farmacia así no más como las decenas que invaden nuestras calles, esas que se han coludido para fijar precios abusivos a quienes necesitan de sus remedios. No, no, no, ¿cómo se le ocurre?  Esta será una “botica”, tendrá estantes antiguos, tendrá infraestructura patrimonial e histórica y además contará con un salón de té, no sea mal pensado, usted podrá saborear un té verde con tostadas y aspirina en la farmacia, perdón, “botica”.

Las expresiones y opiniones de las autoridades son frases para el bronce. Se nos dice que “gracias a esta iniciativa”;  que “como Municipio lo que nos interesa es rescatar nuestras tradiciones”; que “los porteños tengan su historia plasmada en  servicios de buena calidad”; es decir, la “botica” nos devuelve la historia y las tradiciones. Aunque solo podríamos llamarla farmacia boutique, una especie de adjetivo que sirve para todo lo que quiere subir de pelo.

Al parecer bastó usar la palabra “botica” para darle chipe libre a la instalación de una farmacia más en un sector patrimonial, y como si fuera poco, a metros de otra similar. Quiere decir entonces que mañana los dueños de cadenas de supermercado pueden instalar un “emporio de menestras” en cualquier sector patrimonial porque, claro, no será supermercado, aunque lo sea, porque estará enchulado de emporio  antiguo.

¿Yo estoy entendiendo mal o soy muy tonta? ¿Ustedes también?
Por otra parte, con bombos y platillos se nos informa que se está gestando un gran proyecto para Valparaíso: el Puerto de Ideas.  Charlas y reflexiones artísticas en torno a la ciudad. Vendrán entre otros, el destacado artista visual Alfredo Jaar y Ratmuncho Matta, hijo de otro importante artista, el pintor Roberto Matta.  Vamos a pensar Valparaíso desde dónde: ¿desde la construcción de un edificio en pleno

Esta es la farmacia que hay en
Santiago y que vendrá a instalarse
en plaza Anibal Pinto
Museo a Cielo Abierto donde está el hermoso mural de Roberto Matta? ¿Desde los ascensores paralizados en lo alto de sus estaciones muertas? ¿Desde las torres que se construyen sin piedad en todos los cerros de Valparaíso? ¿Desde nuestras callejuelas sucias y ocupadas por cientos de perros vagos famélicos amparados por los vendedores ambulantes? ¿O los invitamos luego a tomarse un té al interior de la farmacia, perdón, “botica” Salcobrand?.

Mi supuesta estupidez me lleva a preguntar: ¿por qué Puerto de Ideas?  Tengo tantas, tantas ideas para Valparaíso sin pensar demasiado, sin ser para nada rebuscada ni siquiera especialista. Pienso en ese patrimonio inmaterial que las autoridades municipales dejan escapar sin el menor cuidado y que son parte de nuestra identidad:  el Festival de Cine Documental, de gran originalidad, que por años se realizó en Valparaíso  y que ahora se hace en Viña del Mar; la Exposición Artesanal Manos Maestras que reunía a los artesanos más destacados de la Quinta Región en una muestra original, autóctona y local, que ahora también se realiza en Viña del Mar; la gestión de Escenalborde y su importante festival de danza internacional, que tuvo que abandonar su sede donde se realizaban permanentes muestras de danza y teatro, además de talleres, etc.

Pienso en tantas actividades culturales que dieron a nuestra ciudad identidad y patrimonio, pero que lamentablemente se  han dejado ir.  También pienso en otras que no hicieron más por el escaso aporte y apoyo municipal o gubernamental. Mientras tanto se nos quiere hacer creer que proyectos como la “farmacia-botica”, es una iniciativa fabulosa. A pocas cuadras de allí, nuestra plaza Victoria, no ha sido merecedora siquiera de un arreglo digno de sus baldosas rotas, sus escaños deteriorados, sus jardines marchitos, o al menos una limpieza diaria.

La plaza principal de la ciudad, ese espacio que hasta en el pueblo más pequeño y modesto de Chile es cuidado y dignificado, en Valparaíso está completamente descuidada y sucia, invadida por skaters, malabaristas y vendedores ambulantes que ni siquiera permiten el paseo o el descanso urbano. Sin embargo, tendremos farmacia, perdón, “botica” en un sector que no lo requiere. En un Valparaíso necesitado de dignidad, de cuidado y de respeto.

Yo no soy nada de tonta y usted tampoco, por eso lo llamo a no dejarse embaucar por autoridades incompetentes, ignorantes y tramposas. Porque lo que hoy se llama “botica”  mañana tendrá otro nombre que les permitirá  seguir llenando nuestra ciudad patrimonial de un pseudo-patrimonio que no queremos ni merecemos. No somos tontos.

Fotos portada de Álvaro Tapia
Foto interior de Zaladquiel

martes, 20 de septiembre de 2011

LA DESTRUCCIÓN DE VALPARAÍSO

Pasaje Pasteur (Cerro Bellavista)
invadido por máquinas constructoras
Hace 17 años elegí Valparaíso como la ciudad en donde quería vivir; el cerro Barón como el lugar donde instalaría mi casa; y el cerro Bellavista donde armaría mi taller de vitrales y mi actividad artística. Hablo entonces desde mi opción por Valparaíso como una forma de vida, como la posibilidad de construir una historia en un lugar especial, diferente, particularmente hermoso. Yo venía de Santiago, de la modernidad, del vértigo, de los malls, de los grandes edificios, de la contaminación y la deshumanización de una ciudad también bella, pero sin mística, sin humanidad, sin poesía.

El cerro Bellavista me acogió en la imponente casona de la Fundación Valparaíso, un lugar ideal en un sector privilegiado y único, ya que tiene tres importantes y originales museos que son visitados por cientos de turistas, sobre todo extranjeros, que quedan maravillados e incrédulos de tanta concentración cultural: Museo La Sebastiana, la casa de Pablo Neruda, el Museo Organológico que reúne más de 600 instrumentos étnicos del mundo y el imponente y desparramado por distintas callejuelas interiores Museo a Cielo Abierto, que reúne murales de los artistas más importantes de nuestra historia plástica.  Para recorrerlo, debes internarte por algunos de sus angostos pasajes y caminar sin más guía que los propios murales que te salen al encuentro en cada paso, entre escaleras, recodos, callejuelas y peldaños que son parte de un barrio típicamente porteño, donde vive la gente con sus gatos y sus ropas colgadas al viento, conviven aquí el arte y la vida misma con toda su genuina belleza.

 Cómo explicar a continuación que una inmobiliaria que no se identifica, que aparece de un día para otro demoliendo una parte de esas callejuelas sin respeto ni cuidado alguno por ese entorno, llega con sus máquinas atronadoras, transforma el pequeño pasaje Pasteur en entrada y salida de camiones, comienza su prepotente construcción sobre el mural de Matilde Pérez, se toma las calles sin contemplaciones, rompe, interviene, ensucia y atropella de una sola vez toda la vida construida en ese sector frágil, vulnerable, de gente sencilla que no tiene más poder que el haber vivido casi toda la vida allí, generación tras generación. Cómo explicarlo.

Los visitantes que llegan hasta este lugar, más que nada europeos y norteamericanos, no dan crédito a lo que ven sus ojos, se toman la cabeza a dos manos y nos dicen: “no puede ser, es una locura”. Pasamos del espanto a la vergüenza cada día.

No podemos entender que la municipalidad de Valparaíso autorice estas construcciones sin exigir el menor cuidado de los trabajos, cómo se deja un mural del museo prácticamente como una parte de la fachada del edificio particular. Cómo se autoriza a sacar de cuajo el arco de entrada al museo y los topes que lo hacen peatonal.
 
La constructora en cuestión, que no ha sido capaz de instalar un letrero con su identificación, proyecto, etc., actúa con prepotencia cuando se les exige permisos y cuidado, es así como han rallado autos, desinflado neumáticos, e intimidado a empujones, queriendo amedrentar una fotógrafo de la junta de vecinos.

Aquí se va a construir un edificio de departamentos boutique para que sean adquiridos por santiaguinos probablemente, que no se vincularán de ninguna manera con el barrio porteño, que querrán hacer de este pequeño pasaje la entrada de sus 4×4, borrando de un plumazo niños jugando, vistas, señoras tendiendo la ropa, los gatos tomando el sol en las ventanas y la vida a escala humana que no tiene ni el glamour ni el estilo de las grandes ciudades.

Creímos, ingenuos, que al ser declarado Valparaíso como ciudad patrimonio de la humanidad, tendría un garante, sería defendida contra viento y marea, tendría un respeto y un trato especial.  No ha sido así y nadie asume responsabilidades, las autoridades están de parte de los que construyen sin velar ni fiscalizar lo que se está haciendo.

¿Veremos mañana un edificio delante de la casa de Pablo Neruda ofreciendo vistas hacia el mar y al dormitorio del poeta? ¿Se seguirá vendiendo Valparaíso al mejor postor?
Estamos empeñados en defender nuestra ciudad a toda costa, los que han nacido y vivido toda la vida aquí y los que como yo, hemos adoptado a Valparaíso como la ciudad en donde la vida es buena y bella, no descansaremos en nuestra denuncia, en nuestras acciones para impedir que se siga destruyendo lo poco que nos va quedando de los barrios porteños.
   No dejaremos que a Valparaíso se le siga quitando dignidad, que se la siga mutilando en lo que más se la valora y se la quiere: su geografía loca y desordenada, su arquitectura porteña y multicolor, su vida arriba y abajo frente al mar que nos pertenece a todos y que todos queremos mirar y disfrutar. Lo que las represas son a la Patagonia de Chile, las inmobiliarias son a la ciudad de Valparaíso.  ¡Vamos a defender el puerto, que nos pide ayuda a gritos!.