viernes, 20 de abril de 2012

HABITAR VALPARAÍSO

La columnista ataca a aquellas edificaciones que al final nada tienen que ver
con Valparaíso y que además lucran con nuestras necesidades.
“Los nuevos edificios que se suceden sin ninguna lógica, demuestran una falta total de planificación con irregularidades éticas y estéticas. Nos quieren hacer vivir como si estuviésemos de paso por la ciudad. Los edificios son cada vez más altos con departamentos más chicos para darle espacio a nuevos edificios con departamentos tipo caja de zapatos, más chicos aún. Las separaciones, los divorcios, la incomunicación, la falta de deseo, la abulia, la depresión, los suicidios, las neurosis, los ataques de pánico, la obesidad, las contracturas, la inseguridad, el hipocondrismo, el stress y el sedentarismo son responsabilidad de los arquitectos y empresarios de la construcción. De estos males somos todos víctimas”. (Martín, “Medianeras”,  director Gustavo Taretto)

Por Carolina Gálvez

Hace tiempo ya que Valparaíso sufre de esta compulsión de las inmobiliarias por construir torres de edificios por todos lados, no sólo faltándole el respeto a nuestra original geografía, sino instalando sus horrendas construcciones sin estilo ni aporte arquitectónico alguno, al lado de una casona antigua y tradicional del puerto, en medio de los cerros en donde cuelgan las típicas casas revestidas de calamina o en sus avenidas en el borde costero tapando la vista a ese Valparaíso que está de pie frente a la bahía hace más de 400 años.

Edificios con montones de departamentos de calidad mediocre, en unos miserables metros cuadrados que se venden muy ostentosamente a través de modelos piloto en los cuales se arma una escenografía de juguete que engaña el ojo del futuro comprador, sin asco. Departamentos y edificios en los que el bostezo del vecino será totalmente perceptible por el que está al lado, lugares sin ninguna identidad ni intención de ofrecer una buena calidad de vida. Edificios que ahora los venden con una planta baja con farmacias y supermercados ya comprometidos, todo un paquete coludido para hacer negocio redondo con nosotros. De arquitectura y diseño, nada. Sólo negociado.

Pero existe una construcción que ha herido profundamente el plan de Valparaíso, una mole desproporcionada, de estilo fascistoide y particularmente fea que cobija un mundillo muy desprestigiado, hoy por hoy, en nuestra sociedad: el Congreso de Chile; proyectado, construido e instalado por la dictadura de Pinochet. Un edificio que no tiene vinculación alguna con la ciudad, que no ha significado de ninguna manera un aporte a Valparaíso, que tampoco ha significado descentralización, que no ha generado actividad económica ni comercial y que más parece un “cacho” para los honorables que deben viajar desde la capital a sesionar acá, porque la mayoría de ellos no vive ni piensa en vivir en el puerto, porque muchos de ellos traen sus asesores y empleados desde Santiago y porque no saben cómo volver definitivamente al antiguo y hermoso edificio del Congreso en el centro de la capital.

Por otro lado, somos muchos los que no sabemos cómo hacer para que ellos se trasladen, se vayan luego, con edificio y todo lejos de aquí. Sería algo así como empezar a limpiar  Valparaíso, un símbolo de esperanza de nuevos tiempos, de sacarnos de encima lo malo, lo feo; una especie de acto psicomágico –como diría Jodorowsky- para sanar al puerto.

Y entonces puedo cerrar los ojos y soñar ese espacio sin rejas, de libre acceso para todo el mundo transformado en un gran parque que invite a caminar, a pasear en bicicleta, a descansar y disfrutar de un pulmón verde que tanto necesita Valparaíso.  Perfecto sería contar allí con un centro cultural, que imagino con grandes ventanales hacia los jardines,  que cuente con una biblioteca, una sala de exposiciones, una cafetería, es decir, un lugar de real encuentro para los ciudadanos. Un espacio público que se comunique y se vincule con la vida porteña, un espacio cuyo único objetivo sea el esparcimiento, el relajo y la buena vida, un regalo para la ciudad y sus habitantes.

Quizás sería ésta la única forma de soportar la cantidad de edificios que nos invaden y rodean, una posible salvación para nuestro espíritu porteño que es constantemente amenazado frente a proyectos inmobiliarios y de retail que van en el sentido contrario de gozar de una vida ciudadana buena y bella, lejos de los negociados que no quieren el bienestar tuyo ni mío. Por ello, quiero que el Congreso, junto con sus “honorables”, se vaya de Valparaíso con toda su carga de desprestigio y de vergonzosos privilegios. Quiero soñar que otro Valparaíso es posible y que si el Congreso sale de nuestra ciudad todos comenzaremos a sanarnos, a salir de la apatía y la desesperanza.