martes, 9 de octubre de 2012

DE INCENDIOS Y FUEGOS ARTIFICIALES

“La espantosa realidad de las cosas. Es mi descubrimiento cotidiano”  Fernando Pessoa, escritor portugués.

Me vengo preguntando hace ya un tiempo si acaso Valparaíso se fue, lo he buscado desesperadamente sin encontrar más que los despojos de una ciudad que no reconozco, en donde diviso apenas algunos últimos vestigios de una ciudad puerto que cada tanto se remata, se incendia y se derrumba. 

Mientras el incendio mataba el clásico teatro Imperio en Valparaíso, el alcalde Castro lanzaba fuegos artificiales en el muelle Pratt. Foto de Barbara de la Fuente.
Quizás Valparaíso está en cada edificio histórico que se quema, en cada ascensor que permanece inmóvil en la cumbre de su estación fantasma, en cada casona o construcción antigua que desaparece tras una cadena comercial. Tengo la sensación que vivimos en una ilusión, que lo que sucedió el lunes 17 de septiembre fue el símbolo más claro de que Valparaíso nos abandonó sin darnos cuenta ante tanta negligencia y maltrato. El incendio del ex Teatro Imperio, edificio declarado Patrimonio, ardía esa fatídica noche de lunes como tantos otros que corrieron la misma suerte. El triste espectáculo de las llamas ardiendo con voracidad en medio de fuertes vientos nos devolvía la triste realidad de Valparaíso mientras Chile entero celebraba las fiestas patrias.  Justo la noche en que el alcalde Jorge Castro daba inicio al show pirotécnico de fuegos artificiales dieciocheros disponiendo para ello de un presupuesto de 40 millones de pesos.

Esta verdadera ironía da cuenta del estado de las cosas en el puerto. Porque estamos, además, en tiempos de plena campaña electoral municipal y vemos con estupor como con la rapidez y la improvisación más burda se pintan fachadas de inmuebles que están en pésimas condiciones estructurales y/o de sistemas eléctricos, como se tapan los hoyos de las calles con tierra, como se instalan máquinas de ejercicios en el borde costero, como se promueve y vende la imagen Valparaíso con las fotos del alcalde ofreciendo todo aquello que no ha logrado solucionar ni gestionar durante su período alcaldicio. Sin el más mínimo pudor ni disimulo.

Han pasado 5 años desde el incendio en calle Serrano y las condiciones del sector siguen siendo lamentables aunque cada tanto se nos avisa de fabulosos proyectos a punto de concretarse en la zona. ¿Qué pasará con el edificio del Teatro Imperio?
El alcalde al llegar al lugar del incendio, después de festejar los fuegos artificiales eso sí, comentó muy afligido que esto era “un verdadero atentado al patrimonio de Valparaíso”, es decir, parece deslizar una sospecha de fuego intencional. Me espanto. Todos sabemos cómo la especulación inmobiliaria está ansiosa por ocupar espacios atractivos en el pequeño plan del puerto, sabemos también la avidez del comercio retail que está, al igual que los boy scout, siempre listos a instalar su horroroso comercio en donde pueda a cualquier costo. Y sabemos también como nuestro alcalde es el promotor más entusiasta de estas iniciativas. Me sigo espantando.

Pero quiero creer porfiadamente que este incendio puede ser una oportunidad para que Valparaíso vuelva, para devolverle dignidad y belleza a un lugar que nunca debió ser ocupado, además, con puestos de bazar. Porque tampoco es cierto que ahí funcionaba una feria artesanal, otro de los miles de eufemismos que nos aquejan, ya que en Valparaíso no existen ferias de artesanías, sólo un comercio de chucherías y baratijas que tienen poblada la ciudad de carpas y comercio ambulante.
Yo no celebré los estampidos ni las luces de estos tristes fuegos artificiales del 17 de Septiembre, más bien cerré los ojos, me tapé los oídos y me imaginé el Teatro Imperio recuperado y restaurado funcionando como teatro, con una galería de fotografía en un costado y con una cafetería y confitería Riquet en su entrada. Es decir, le devolví a ese hermoso edificio patrimonial toda su grandeza y su esplendor en mi desesperada búsqueda de ese Valparaíso que al parecer nos ha dejado.

domingo, 9 de septiembre de 2012

LA VERGUENZA DEL CERRO BELLAVISTA

“Lo que tenemos que entender es que la arquitectura contemporánea es super importante, porque no podemos dejar la ciudad estancada”, declaró Paulina Kaplán, Directora de  la oficina de Gestión Patrimonial de Valparaíso a  El Mercurio de Valparaíso el 28 de noviembre del 2011. Y a continuación defendió la construcción de un edificio sobre el mural de Matilde Pérez, en pleno Museo a Cielo Abierto del Cerro Bellavista, aduciendo razones de progreso, modernidad y de embellecimiento al entorno del sector con el aporte dela Inmobiliaria Cielo Abierto.
Mural de Matilde Pérez clausurado debido a ridícula construcción
Este proyecto inmobiliario que originó mi primera columna de opinión sobre Valparaíso, en una desesperada alarma para defender y proteger esta zona de carácter cultural y patrimonial que estaba siendo seriamente amenazada, generó no sólo gran rechazo por parte de la comunidad de vecinos del Cerro Bellavista, sino el cuestionamiento por parte de arquitectos, dirigentes sociales, diseñadores, artistas y emprendedores quienes vieron có8mo se estaba afectando parte de la historia y la geografía de esos pequeños y angostos pasajes que conforman parte de uno de los accesos al museo, sino también por el resguardo del Mural de Matilde Pérez (incluso con investigación de la PDI de por medio) que quedaba como parte de la fachada del edificio.
La polémica se mantuvo durante todo el año 2011 con permanentes conflictos con los vecinos, con agresiones físicas y verbales de parte de los encargados de la construcción, con demandas y varias órdenes de paralización de obras por diversas irregularidades cometidas por parte de la constructora.  Sin embargo, el apoyo municipal entregado directamente por la Sra. Kaplán fue tan contundente como categórico: aquí estábamos frente a una posibilidad única para mejorar el sector.

Desde Enero de este año y hasta la fecha, poco a poco fueron cesando los trabajos, se acabaron los ruidos, la entrada y salida de gigantescos camiones y maquinaria sacando escombros y trayendo materiales, hasta que finalmente fueron despedidos los trabajadores y las obras quedaron completamente paralizadas sin explicación ni resguardo alguno. El panorama comenzó a ser aún peor que durante la construcción: el sitio se transforma en el refugio ideal para amparar delincuentes, vándalos y borrachos, el resultado está a la vista con todo el entorno rayado, incluyendo los murales, la basura multiplicada por todos lados y una fetidez insoportable. Los robos de los materiales que aún quedan dentro de la obra son permanentes y pese a que Carabineros detiene a los infractores, éstos quedan libres rápidamente ya que –según nos dicen- la constructora no presenta cargos. Robos y delitos que han aumentado considerablemente en el Cerro Bellavista. Todo ello en medio de las veredas que quedaron rotas, los adoquines destruidos, la entrada al Pasaje Pasteur sin su arco de señalética de ingreso al museo y sin los topes municipales que protegían la calidad de paseo peatonal al sector.

lunes, 16 de julio de 2012

COMPRAR A LA ANTIGUA EN VALPARAÍSO

Foto: Pilar Polanco



Una forma de rescatar la identidad, las costumbres y la historia de los ciudadanos porteños es volver a nuestro antiguo sistema de compras, como un intento real, no sólo de promover los tradicionales locales comerciales de Valparaíso sino de transformar un acto cotidiano y necesario en algo que nos devuelva la dignidad como consumidores, es decir,  la calidad humana en el trato con quienes nos atienden, la tranquilidad y el equilibrio al momento de comprar. 

Todo esto y mucho más nos ofrece la experiencia que tenemos a la vuelta de la esquina en cualquier sector de Valparaíso. Es tiempo también de derribar ciertos mitos: que son más caros, que los productos son limitados, que es más engorroso y lento, etc. Mentiras que nos han inculcado por años de años en una feroz campaña publicitaria para favorecer el consumo desmedido y brutal que fomenta este sistema hacia los grandes supermercados y grandes tiendas del retail que tienen a la mayoría de las personas endeudadas más allá de lo razonable y viviendo la angustia de la compra permanente e insaciable.
A través de esta pequeña reseña y luego de hacer un recorrido por los lugares que están más a mano,  he descubierto con sorpresa que podemos abastecernos de todo lo necesario en antiguos y tradicionales negocios del puerto en donde, además, todo se envuelve en papel, se minimiza el uso de bolsas plásticas, se conversa amenamente con vendedores y cajeros, se impulsa la actividad en estos locales y se compra lo que realmente se necesita.
Es muy recomendable recorrer las bodegas del Almendral, un mundo alucinante que poco tiene que ver con la falsa idea de que sólo venden alimentos para mascotas. La hermosa Bodega Pedro Montt (Bacigalupo) tiene todas las exquisiteces imaginables, además de aliños exóticos y variados; frutos secos, semillas, aceites de sésamo, nuez, palta, oliva, etc. Salsa de ostras, de tamarindo, soya, pescado y otras. Tés importados ingleses twinnings, inti zen, rojos, blanco, negro, verde, de jazmín, etc.
La “Bodega Gran Valparaíso” y todas las que están por calle Chacabuco le ofrecerán desde puré hindú a granel, hasta cous cous, quínoa, sésamo rojo, negro y blanco, infinita variedad de porotos, tomates deshidratados, cúrcuma, curry, pistachos, castañas de cajú, jengibre y una larga lista de productos exquisitos, aparte de los del diario consumo.
Y los precios son increíblemente más baratos que los supermercados. Todo se lo venderán a granel, se lo envolverán en paquetitos de papel atados con pita y luego una sola bolsa plástica para llevarlo todo o en su defecto una sustentable caja de cartón reciclada.
Las ferreterías son otro mundo atractivo y único en los antiguos locales porteños, las ubicadas en el sector del Almendral, las que existen en Pedro Montt y la avenida Argentina, la “Ferretería La Chilena” de avenida Alemania con Guillermo Rivera(cerro Florida) son un mundo de miles de productos variados desde los más pequeños hasta los más grandes y complejos. Y también nos ofrecen una atención esmerada, rápida y con conocimiento de lo que se vende a precios más baratos que las grandes ferreterías del retail;  con envoltorios igualmente en papel y pita, con la cuenta sacada en papeles reutilizados y en donde todo se aprovecha sin derroche.
Un lugar del todo recomendable, pulcro, pequeño y antiguo es el de las Pastas Zena en calle Simón Bolívar 442, que aún conserva su cortina de tiras metálicas, un clásico en las tiendas de la península itálica. Aquí están los más exquisitos ñoquis, raviolis, panzotis y triangolonis además de toda la pasta tradicional. Los rellenos van desde los más tradicionales hasta los de berenjenas, zapallo y otros con las salsas más tentadoras junto al queso parmesano recién rallado.
Un poco más allá, al llegar a avenida Pedro Montt está la antigua fuente de soda “La Rivera”, pasada obligada para comer las pizzas y empanadas más ricas y tradicionales del puerto.Los restaurantes que están de moda en los cerros de Valparaíso son una propuesta bastante alejada de los tradicionales y típicos lugares porteños: imperdible el “Menzel” de calle Las Heras con sus privados, su barra y sus platos típicos abundantes y deliciosos a precios razonables. El “J.Cruz” con sus conocidas chorrillanas y sus paredes escritas por todos los comensales. El clásico “Cinzano” con antiguos mozos, suculentos platos y los músicos en vivo tocando boleros, tangos y el chipi-chipi.
Otro lugar con ambiente porteño, antiguo, con mozos atentos a la antigua es el Marco Polo, en Pedro Montt frente a la Plaza Italia. Aquí siempre encontrará todos los platos de la carta, lo atenderán rápido, a toda hora hasta la medianoche y la calidad de sus preparaciones nunca lo defraudarán. Las pastas, cazuelas, sus hamburguesas y completos son una perdición. Es el único local que abrió al día siguiente del terremoto del 27 de Febrero y que está abierto contra viento y marea, siempre.
Hay muchísimos más, por mencionar otros: “La Mangiata”, el “Da Renato”, el “O´Higgins”, el “Don Carlos”,  el “Bar Inglés”, Bar “La Playa”, “El Pajarito”, el “Bogarín”, “Don Otto”, etc. En calle Victoria aún se pueden encontrar artículos increíbles, verdaderos tesoros en la todavía hermosa tienda “El Olivar” con toda su mercadería importada y finísima, junto a otros pequeños locales donde los pantalones de polar para los más pequeños cuestan $ 1.000 confeccionados por señoras costureras; tiendas de lámparas y artículos eléctricos, botonerías y cordonerías de antología, la tradicional vidriería Schieggia y la antigua suelería/talabartería El Carretero.
El sector de Plaza Echaurren y Serrano nos espera con otra cantidad de lugares para comprar de todo muy barato. Si quiere encontrar un exprimidor de limones de vidrio, jarrones y platos enlozados y una gran variedad de menaje de otra época, debe darse una vuelta por la “Bandera Azul” y recorrer sus pasillos tapizados con los objetos más nobles.  Otro que no debe faltar en sus compras son las cecinas y todo tipo de embutidos de la “Sethmacher”, antiguo, tradicional y exquisito local que los fines de semana tiene filas de gente esperando su turno para ser atendida.
Foto: Pablo Genovese
¿Alguien ha ido a comprar al Almacén Naval de Playa Ancha, a la tienda de Antigüedades  El Abuelo, ala SueleríaElCóndor, ala VidrieríaBetty, a Confecciones Las Tablas, a la tiendaLa Sombra, ala SombrereríaWoronoff, ala LibreríaCrisiso ala Ateneo, aLa Camelia, ala JaboneríaLaYolanda?
Parecen pertenecer a una historia sacada de un cuento donde el tiempo se detuvo, pero no lo es.  Son los lugares del antiguo Valparaíso que se niegan a morir para suerte de nosotros, pero que por lo mismo debemos incluir en nuestras compras cotidianas.
De esta manera, el acto de comprar y de abastecerse se transformará en una suerte de paseo que nos ayudará a vivir la ciudad porque estaremos obligados a observarlo todo, no estamos ya en el ámbito artificial e impersonal  del supermercado sino que iremos mirando el entorno, los problemas que existen y el devenir ciudadano.  Esta forma de aprovisionarnos  posibilita el encuentro con las personas,  asistimos a distintos tipos de situaciones y escenas que incluso pueden  llegar a ser ser inspiradoras, estamos al aire libre tomándole  el pulso a la ciudad y vinculándonos con ella con todo lo que ella posee de bueno y de malo, de bello y de feo, pero en contacto con una realidad a escala humana  en ese transitar a diario que constituye nuestro viaje de ida y regreso al hogar que pareciera ser intrascendente, pero que al llenarlo de pequeños significados personales y sociales termina por darle sentido a nuestros días.
Créanme, volver a las panaderías y almacenes de nuestros barrios, siempre será una íntima alegría, un respiro y un re-descubrimiento.

martes, 22 de mayo de 2012

VALPARAÍSO, LA CIUDAD DE LOS FANTASMAS

¿Qué pasa en Valpo? Los ciudadanos parecen muertos y poco o nada
hacen para evitar que el Puerto desaparezca.
“Cada vez que voy a Valparaíso, regreso muy apenado de ver degradada la ciudad. Quizás Valparaíso sea una ciudad imaginaria. Yo la prefiero así, tal como la veo en sueños, por eso mi libro se llama “Ayer soñé con Valparaíso” pues prefiero evocarlo, soñarlo o imaginarlo que vivirlo realmente, ya que cuando viajo allá, estoy siempre muy impactado por su autodestrucción, ya que los mismos porteños no hacen nada por cuidar su ciudad.” (Manuel Peña Muñoz, escritor, Premio Municipal Literatura Valparaíso 1997).

Las palabras al final de una carta que recibí hace un tiempo, a raíz de mis crónicas sobre Valparaíso, de mi amigo el escritor Manuel Peña, me dejaron con una amarga sensación de impotencia y una honda tristeza que me embarga cada vez que el puerto sufre un nuevo embate y una nueva pérdida, cuando soy testigo de la resignación y apatía de los porteños para defender la ciudad, para protestar por las decisiones que se toman sin consultarnos y que afectarán nuestro futuro irremediable y definitivamente. Cuando vemos los ascensores transformados en verdaderos fantasmas colgados penosamente de los cerros, cuando vemos cómo se demuelen construcciones antiguas y valiosas para instalar torres de departamentos, cuando existen otras obras abandonadas en medio de la ciudad, cuando se instala un penoso remedo de botica para amparar una cadena de farmacias, cuando se permite que nuestros antiguos locales como la librería Ivens sean reemplazados por compañías de teléfonos celulares, cuando se pretende entregar la principal avenida de entrada al puerto, como es la avenida Argentina, a las empresas del retail. Cómo no ponerse a llorar a gritos cuando se nos quiere convencer una y otra vez que un mall en pleno borde costero será un aporte, un motor para la actividad comercial, cuando se nos trata de convencer que es mejor ser consumidores que ciudadanos.

Valparaíso me atrapó no sólo por su belleza geográfica, su nostalgia, su historia de marinos, inmigrantes y su antigüedad. Valparaíso me cautivó también por todos los libros que se han escrito sobre él, entre ellos los evocadores y los que cuentan la historia de la vida porteña como los de Manuel, que atesoro, leo y releo muchas veces. Toda la poesía, las películas, las músicas y pinturas que ha inspirado Valparaíso a los más talentosos artistas. Todo aquello que nos ha dado identidad y originalidad se va terminando lenta, pero progresivamente para transformarnos en una ciudad más, clonada de otras en donde el paisaje principal son las grandes tiendas, los supermercados y las monstruosas torres de departamentos, todos iguales.

Me pregunto y les pregunto a ustedes: ¿hasta cuándo permitiremos que se nos quite ese Valparaíso que añoramos y queremos? ¿Cuándo despertaremos de esta especie de modorra social, de esta comodidad cívica o derechamente de esta suerte de indolencia que no nos hace salir a las calles a defender lo nuestro? Todas las marchas que se han convocado para rechazar el mall, para exigir de vuelta nuestros ascensores, para defender nuestro comercio local cuentan con unos pocos entusiastas, siempre los mismos. Sin embargo vemos en todo Chile como los ciudadanos se levantan para defender sus ciudades e intereses, ¿por qué aquí no ocurre eso? La gente tiene mucho que decir, en la calle y en las conversaciones privadas se advierte un rechazo importante a todas las medidas, decisiones y construcciones que se están autorizando indiscriminadamente, sin embargo, esto no se expresa en acciones ciudadanas concretas y  pareciera que los porteños pensaran que está todo perdido y que ya nadie podrá frenar esta verdadera masacre a nuestra ciudad puerto.

Yo pienso que estamos a tiempo, creo que la fuerza ciudadana está demostrando ser más potente que cualquier poder fáctico.  Que todas las aberraciones que se cometen en otras ciudades se han vuelto verdaderos ejemplos de lo que NO debe hacerse en Valparaíso, por lo tanto, debemos  decidir nosotros cómo se sigue contando la historia de este puerto querido porque las responsabilidades son compartidas por todos sus habitantes. Si las autoridades equivocan el camino entonces tenemos que levantar la voz y salir a las calles para evitar que Valparaíso se transforme definitivamente en la ciudad de nuestros fantasmas, en la ciudad cementerio de nuestro patrimonio, en una pura entelequia imaginaria. Sólo movilizados y activos lograremos que éste renazca y se eleve hasta la altura de nuestros sueños. ¡Aún es posible! 

viernes, 20 de abril de 2012

HABITAR VALPARAÍSO

La columnista ataca a aquellas edificaciones que al final nada tienen que ver
con Valparaíso y que además lucran con nuestras necesidades.
“Los nuevos edificios que se suceden sin ninguna lógica, demuestran una falta total de planificación con irregularidades éticas y estéticas. Nos quieren hacer vivir como si estuviésemos de paso por la ciudad. Los edificios son cada vez más altos con departamentos más chicos para darle espacio a nuevos edificios con departamentos tipo caja de zapatos, más chicos aún. Las separaciones, los divorcios, la incomunicación, la falta de deseo, la abulia, la depresión, los suicidios, las neurosis, los ataques de pánico, la obesidad, las contracturas, la inseguridad, el hipocondrismo, el stress y el sedentarismo son responsabilidad de los arquitectos y empresarios de la construcción. De estos males somos todos víctimas”. (Martín, “Medianeras”,  director Gustavo Taretto)

Por Carolina Gálvez

Hace tiempo ya que Valparaíso sufre de esta compulsión de las inmobiliarias por construir torres de edificios por todos lados, no sólo faltándole el respeto a nuestra original geografía, sino instalando sus horrendas construcciones sin estilo ni aporte arquitectónico alguno, al lado de una casona antigua y tradicional del puerto, en medio de los cerros en donde cuelgan las típicas casas revestidas de calamina o en sus avenidas en el borde costero tapando la vista a ese Valparaíso que está de pie frente a la bahía hace más de 400 años.

Edificios con montones de departamentos de calidad mediocre, en unos miserables metros cuadrados que se venden muy ostentosamente a través de modelos piloto en los cuales se arma una escenografía de juguete que engaña el ojo del futuro comprador, sin asco. Departamentos y edificios en los que el bostezo del vecino será totalmente perceptible por el que está al lado, lugares sin ninguna identidad ni intención de ofrecer una buena calidad de vida. Edificios que ahora los venden con una planta baja con farmacias y supermercados ya comprometidos, todo un paquete coludido para hacer negocio redondo con nosotros. De arquitectura y diseño, nada. Sólo negociado.

Pero existe una construcción que ha herido profundamente el plan de Valparaíso, una mole desproporcionada, de estilo fascistoide y particularmente fea que cobija un mundillo muy desprestigiado, hoy por hoy, en nuestra sociedad: el Congreso de Chile; proyectado, construido e instalado por la dictadura de Pinochet. Un edificio que no tiene vinculación alguna con la ciudad, que no ha significado de ninguna manera un aporte a Valparaíso, que tampoco ha significado descentralización, que no ha generado actividad económica ni comercial y que más parece un “cacho” para los honorables que deben viajar desde la capital a sesionar acá, porque la mayoría de ellos no vive ni piensa en vivir en el puerto, porque muchos de ellos traen sus asesores y empleados desde Santiago y porque no saben cómo volver definitivamente al antiguo y hermoso edificio del Congreso en el centro de la capital.

Por otro lado, somos muchos los que no sabemos cómo hacer para que ellos se trasladen, se vayan luego, con edificio y todo lejos de aquí. Sería algo así como empezar a limpiar  Valparaíso, un símbolo de esperanza de nuevos tiempos, de sacarnos de encima lo malo, lo feo; una especie de acto psicomágico –como diría Jodorowsky- para sanar al puerto.

Y entonces puedo cerrar los ojos y soñar ese espacio sin rejas, de libre acceso para todo el mundo transformado en un gran parque que invite a caminar, a pasear en bicicleta, a descansar y disfrutar de un pulmón verde que tanto necesita Valparaíso.  Perfecto sería contar allí con un centro cultural, que imagino con grandes ventanales hacia los jardines,  que cuente con una biblioteca, una sala de exposiciones, una cafetería, es decir, un lugar de real encuentro para los ciudadanos. Un espacio público que se comunique y se vincule con la vida porteña, un espacio cuyo único objetivo sea el esparcimiento, el relajo y la buena vida, un regalo para la ciudad y sus habitantes.

Quizás sería ésta la única forma de soportar la cantidad de edificios que nos invaden y rodean, una posible salvación para nuestro espíritu porteño que es constantemente amenazado frente a proyectos inmobiliarios y de retail que van en el sentido contrario de gozar de una vida ciudadana buena y bella, lejos de los negociados que no quieren el bienestar tuyo ni mío. Por ello, quiero que el Congreso, junto con sus “honorables”, se vaya de Valparaíso con toda su carga de desprestigio y de vergonzosos privilegios. Quiero soñar que otro Valparaíso es posible y que si el Congreso sale de nuestra ciudad todos comenzaremos a sanarnos, a salir de la apatía y la desesperanza.

jueves, 29 de marzo de 2012

VALPARAÍSO: HOYOS QUE MATAN EL AMOR

Aplaudí la recién estrenada ley anti alcoholes para los conductores a pesar de todos los reclamos y pataletas tanto de los sectores comerciales vinculados a la gastronomía y bares como de los amigos y conocidos que se sienten terriblemente perjudicados en sus intenciones de salir y pasarlo bien con unos pocos tragos.

Me parece que no sólo las estadísticas, sino que la realidad nos ha golpeado permanentemente con casos de horribles accidentes automovilísticos en donde casi siempre la causa principal es que el conductor ha estado bajo la influencia del alcohol pagando las víctimas el costo del carrete que muchas veces les ha quitado la vida. Creo que esta ley vela por todos nosotros, nos impone una conducta seria y responsable que me parece requisito fundamental de quienes manejamos y no significa de manera alguna no poder tomar ni limitar nuestras salidas.

Ahora uno se organiza de otra manera, negocia con los amigos o la pareja los turnos de quien maneja y por lo tanto no bebe alcohol y por último dispone del servicio de taxis u otro sistema que lo traslade. Yo estoy de acuerdo y dispuesta a cumplir sin duda la ley, tengo clara mi responsabilidad como conductora y tendré siempre la mejor voluntad para acatar todas aquellas normas que nos protegen. Aquí no discuto nada. Hasta ahí todo está muy bien.

Estamos claros en nuestros deberes y obligaciones como ciudadanos y funcionamos de acuerdo a un sistema en donde todos cumplimos un rol. Pues bien, esta percepción que me parece tan simple y asumida me llegó hasta que manejando mi auto por plena Av. España caí violentamente en un feroz hoyo, sí, hoyo; no evento, el cual no tuve ninguna posibilidad de esquivar o de lo contrario provocaba un choque de proporciones con los autos que venían por las pistas laterales.  Hoyo ubicado a la salida de la bomba de bencina que se encuentra en el sector Yolanda y al centro  de las tres pistas, es decir, un hoyo en ubicación privilegiada en la avenida más importante  que une Valparaíso y Viña del Mar.

Fue tan violento el golpe en el neumático que lo destruyó sin posibilidad de reparación, abolló la llanta de aleación, desalineó el tren delantero y me dejó tiritona de lo que pudo haber ocurrido. Desde entonces quedé con una tremenda sensación de inseguridad al manejar por las calles de nuestra ciudad y comencé a tomar conciencia del estado real de los pavimentos en Valparaíso, no sólo arriba en los cerros, sino en todas sus avenidas.

También del mismo desolador panorama en la supuestamente elegante y poderosa Viña del Mar, llena de flores, paseos costeros recién inaugurados y mucho edificio moderno. El estado de nuestras calles es un verdadero atentado no sólo a los autos de todo tipo sino a la vida, expuesta a los accidentes más violentos para esquivar los hoyos que abundan por todos lados. Descubrí también que todos nosotros, conductores asiduos por nuestras ciudades, tenemos una memoria adquirida no consciente de la ubicación y profundidad de todos los hoyos familiares, es decir, de todos aquellos por donde pasamos frecuentemente ya casi sin verlos, entonces nos cambiamos de pista un poco antes o hacemos alguna maniobra ya probada que nos libre de ellos.  Es decir, convivimos con los hoyos que los hay en todas sus variedades: más o menos profundos, algunos ya florecidos, otros anchos como una piscina, unos que alguna vez fueron rellenados con tierra, los traidores que se ven chicos pero no lo son, los irregulares, los que parecen una grieta entre dos pavimentos, los que tienen desniveles, en fin, hay para todos los gustos y se multiplican día a día a vista y paciencia de todos nosotros.

Y pregunto: ¿no debe mantener la municipalidad el buen estado de sus calles? ¿Cómo es posible que se apruebe una ley anti alcohol para los conductores y nadie promueve una ley anti hoyos para los municipios, que deben producir tantos accidentes como los conductores en estado de ebriedad? ¿De quién es la responsabilidad de tener calles seguras para la conducción? ¿Por qué si nosotros cumplimos, ellos no?.

Estamos en plena campaña de los municipios por conseguir la mayor cantidad de patentes posibles, los slogans son del tipo “Haz patente tu amor por Viña”; “Que tu cariño por Valparaíso sea patente”, etc. Mucha petición de pruebas de amor hacia los automovilistas pero cero compromiso de ellos para ofrecer un standard mínimo de calidad en calles y avenidas, así como también de coordinar con Serviu, que visa este tipo de arreglos.

Pues bien, con el dolor de mi alma esta vez tomé la decisión de NO renovar mi permiso de circulación en Valparaíso teniendo plena conciencia del deplorable estado financiero de la municipalidad, porque este impuesto no sólo no cumple con su objetivo y tiene al puerto en condición de franco deterioro por pésima y negligente gestión sino porque mientras no arreglen las calles yo no puedo seguir pagando a quien no hace su trabajo.

Me pareció mucho más sensato y aleccionador,  buscar aquellos municipios más pequeños del interior y darles una oportunidad de crecer y tener nuevos ingresos de parte de los desilusionados y maltratados contribuyentes de Valparaíso.

Mientras tanto, espero la llegada del Sr. Alcalde Jorge Castro quien anda de viaje por Viena en un encuentro de ciudades patrimoniales para hacerle llegar la factura por $ 70.000, correspondientes a la gracia que me costó haber caído en un hoyo patrimonial que seguramente permanecerá allí por largos, largos años.

miércoles, 7 de marzo de 2012

DEL MALL DE CASTRO AL MAL(L) DE CASTRO

Simulación de la intervención del Mall Barón en el muelle.
El espanto y rechazo que ha provocado transversalmente en toda la ciudadanía la construcción de un gigantesco y aberrante mall en Castro, en nuestro mítico y hermoso Chiloé, puede ser una real oportunidad de salvar Valparaíso amenazado también por otro mall de similares y brutales características impulsado por otro Castro, el actual alcalde de la ciudad, en una coincidencia macabra.

Valparaíso al atardecer
He sido insistente y categórica en mi posición contraria a la construcción de un mall en nuestro borde costero, un proyecto que destruye un sector que debiera tener la misión de desarrollar el crecimiento del puerto junto con un espacio libre de comercio, inspirador del paseo al aire libre, del deporte, de la recreación natural junto al imponente Pacífico y su paisaje sobrecogedor. Nuestro Valparaíso, que según el arquitecto y cofundador de la Ciudad Abierta de Ritoque, Francisco Vial, fue “olvidado y sumergido en un mítico letargo” necesita con urgencia un tratamiento de especial cuidado en las construcciones que se autorizan, en el tipo de comercio que se quiere potenciar en su centro y casco histórico, en la ciudad patrimonio que podemos ser con respeto a nuestra identidad y a nuestra particular belleza geográfica.

Chiloé está hermanado con Valparaíso en su originalidad, pero también en lo frágil que es en manos de autoridades sin criterio y que sólo ven pequeños beneficios a corto plazo delegando obligaciones municipales en manos privadas “para que le hagan la pega”, es decir, dejando al retail a cargo de generar empleo (del cual conocemos su dudosa calidad), de crear espacios de recreación y esparcimiento (dentro del mall, eso sí) y de mantener algún tipo de jardines y limpieza a su alrededor (cuestión que produce a cambio mucha basura, gentío, congestión vial y vendedores ambulantes en el límite exacto donde se termina el mínimo espacio público exterior a cargo el mall).

Palafitos de Chiloé
Me es impensable llegar a la isla de Chiloé y junto con ver tras los palafitos y construcciones típicas de la isla encontrarme en primer plano con la mole de cemento aplastando todo el paisaje, toda la identidad de Castro con tanta historia y tradición.  Puedo entender también lo complicado y difícil que resulta para los chilotes tener que desplazarse hasta Puerto Montt para adquirir bienes y servicios con los que no cuentan, en eso estamos claros, ¿pero cómo es posible que el precio que debe pagar la ciudad deba ser tan alto como para instalarlo tan grotescamente protagónico, aplastando y destruyendo un sector emblemático de Castro?

El caso de Valparaíso, en ese sentido, tiene una realidad diferente.  No estamos aislados, tenemos varios malls en Viña del Mar y necesitamos urgentemente potenciar y apoyar el pequeño pero antiguo comercio local que tiene una larga tradición para los porteños y que los  turistas valoran: emporios, bodegas, tostadurías y pequeños locales de abarrotes surtidos de cosas impensables también. Valparaíso aún tiene el retail a raya, todavía no los deja instalarse a sus anchas destruyendo paisaje y construcciones a su paso, pero esa originalidad está en peligro por nuevos proyectos de grandes tiendas y supermercados que además de llegar con toda su carga destructiva, nos traen productos de tercera categoría. (Porque según el poder adquisitivo de las ciudades los hay de primera, segunda o tercera).Pero aún estamos a tiempo de frenar, de rechazar los proyectos comerciales e inmobiliarios que destruyen Valparaíso.
En la simulación del Mall de Castro, se veía rebonita la construcción, juzgue usted.

Simulación del Mall de Castro V/S Realidad  (juzgue usted).
Hay que cambiar esta actitud condicionada que nos hace creer que el desarrollo de la ciudad pasa por los malls y las torres de edificios, hace tanta falta un verdadero “saber-hacer” por parte de las autoridades y alcaldes, tener un plan urbanístico, propuestas propias con respeto a nuestra idiosincrasia, a nuestra luz y a nuestra geografía y ello no se puede delegar en el retail.  No conozco ni un solo proyecto de este tipo emplazado en borde costero o centro de una ciudad en Chile que haya sido un aporte arquitectónico, que le haya regalado algo interesante a una ciudad (así ocurrió, por ejemplo, con San Antonio, Puerto Montt, Antofagasta, etc.)  Ellos están sólo para vender y lucrar, por lo tanto no podemos esperar que solucionen los problemas urbanos y sociales de las ciudades donde se instalan. Porque como dice el arquitecto y diseñador Federico Sánchez: “¿Quién se preocupa por las cosas nobles, quién se preocupa por levantar obras que privilegien el encuentro? La respuesta es nadie. Esa es la verdad de la milanesa. Nadie se preocupa de eso porque es un mal negocio.

Por lo mismo, no esperemos que comience a construirse el mall en Valparaíso para dar paso al arrepentimiento, a las declaraciones de total rechazo por parte de los políticos, a repetir la triste historia de Castro, en Chiloé.  Que la experiencia nos sirva para dar un paso atrás y no dejar que se cometa semejante crimen en nuestro borde costero, ya que todas las opiniones de arquitectos, constructores, historiadores, artistas, incluso  la Armada y todos aquellos que tienen un nombre y un prestigio en su quehacer han sido categóricos en el rechazo a este proyecto; no puede ser que todos estemos tan equivocados, salvo el señor alcalde, sus asesores y los dueños de Mall Plaza S.A..  Un aporte real, un favor a Valparaíso sería cambiar el lugar de este centro comercial y trasladarlo al sector de Santos Ossa u otro en la periferia que no hiriera para siempre el paisaje porteño junto al mar.  Bibliotecas, cines, acuarios, ruedas de Chicago, y todo ese paraíso artificial que nos ofrece Plaza Barón debe estar donde se necesita realmente, el paisaje marino no necesita ninguna parafernalia comercial, se basta a sí mismo.

Por eso yo exijo respeto, cuidado y criterio  para proyectar Valparaíso a futuro, este puerto de naufragios que vive amenazado por su propio desastre, no puede ni debe hundirse por falta de voluntad y de visión.  Perder nuestra condición de ciudad patrimonio de la humanidad vendría siendo a esta altura lo menos grave si no salvamos Valparaíso de su trágico destino que ha llegado al límite de la mala gestión en esta última década. Frente a eso, no se puede transar y debemos ser implacables. Aún estamos a tiempo.

viernes, 2 de marzo de 2012

JARDÍN BOTÁNICO: ¿PASEO O ESTACIONAMIENTO?

El fin de semana pasado recibí un atractivo llamado de mis amigas para juntarnos a disfrutar de un concierto de jazz al aire libre.  Un panorama ideal que acepté de inmediato hasta que me dijeron que sería en el Jardín Botánico de Viña del Mar y lo deseché de inmediato con gran tristeza.

Hace tres años, inaugurando mi nueva condición de abuela feliz, llevé a mi nieto a pasear en su coche al Parque Botánico para regalarnos una tarde apacible en medio de la naturaleza, a escuchar el canto de los pájaros, el sonido de las ramas de los árboles meciéndose al viento, a oler flores y arbustos, en fin, a vivir el contacto natural de ese lugar retirado, hermoso y silencioso. Poco nos duró el entusiasmo al tener que esquivar, a poco andar, los autos que venían uno tras otro delante y detrás nuestro, en medio de bocinazos cuando nos demorábamos mucho en apartarnos del camino de tierra y tragando tanto polvo como nunca nos imaginamos sucedería en un lugar así. Porque este paseo, esta ruta interior para caminar, que ingenuamente pensamos era para las personas que veníamos a disfrutar del parque, se transformó en un mal momento.

Nosotros estábamos profundamente equivocados, los senderos al interior del Jardín Botánico (donado por el empresario porteño Don Pascual Baburizza) son utilizados masivamente por automóviles con apurados “paseantes”, pero dentro de ellos, que no tienen el menor cuidado con los peatones, como en una calle cualquiera de la ciudad.  Y como si esto fuera poco, la mayoría de los caminos relucen con autos estacionados en sus costados con las radios prendidas a todo volumen y ocupando cualquier espacio que les parezca más cómodo y más cerca de donde harán su picnic.  No sería extraño ver dentro de poco una licitación de parquímetros para instalarlos sin asco dentro del parque.

Desde ese día inicié una campaña a través de Facebook que se llamó: “No al ingreso de autos al Jardín Botánico de Viña del Mar”, escribí cartas a los diarios, estampé mi reclamo el mismo día en el libro del Jardín y prometí no volver nunca más mientras esta absurda situación no se modificara. ¿Jardín Botánico, reserva de la naturaleza, con autos dando vueltas en su interior? No sé a quién se le ocurrió ni cómo se permitió.  Por esos días salió una nota en El Mercurio de Valparaíso a raíz de mis reclamos y el Director del parque anunció que se estaba haciendo un estudio para solucionar el problema y que efectivamente ellos estaban muy preocupados por esta situación que era difícil y compleja.  Bueno, han pasado ya tres años y la situación no sólo no ha mejorado sino que va de mal en peor, según me cuentan. Y las respuestas de los encargados de nuestro Jardín Botánico siguen siendo exactamente las mismas: “estamos tratando ese tema, es nuestra preocupación y esperamos resolverlo lo antes posible”. Mentira, no se ha hecho nada (no sé por qué me recuerda a los ascensores de Valparaíso).

Me cuesta creer que no se haya podido buscar una  forma de crear un estacionamiento fuera del Jardín, me cuesta entender que un paseo por un lugar que invita a conectarnos con la naturaleza permita y privilegie los autos por sobre los caminantes, no puedo hacerme la lesa con una situación a todas luces aberrante que encierra una cuota importante de ineficiencia, ignorancia y desidia frente al manejo y responsabilidad de un lugar tan hermoso e importante para  Viña del Mar, llamada ciudad-jardín, como el Jardín Botánico que desde hace 60 años tiene el carácter de Jardín Botánico Nacional y como tal debe ser garantizado y preservado de toda contaminación y deterioro. ¡Los caminantes furiosos exigimos una explicación!