martes, 22 de noviembre de 2011

VALPARAÍSO NO ES MIAMI

Foto: Pilar Polanco
“El juego es partir a la aventura, como un velero, soltar velas. Ir a Valparaíso, o a Chiloé, por las calles todo el día, vagar y vagar por partes desconocidas, y sentarse cuando uno está cansado bajo un árbol, comprar un plátano o unos panes y así tomar un tren, ir a una parte que a uno le tinque, y mirar, dibujar también, y mirar. Salirse del mundo conocido, entrar en lo que nunca has visto, dejarse llevar…”. Esas palabras son de Sergio Larraín desde la experiencia de la fotografia en un recorrido por Valpo o Chiloé. Y no es casual esa percepción al caminar por nuestra ciudad, es la sensibilidad y el contacto con un lugar diferente, “la ciudad andamio”, desordenada, bella en su urbanidad, simple y compleja.

Valparaíso es necesariamente fotografiada, filmada y escrita por los artistas que la miran y la viven, no sólo desde su paisaje y geografía, sino desde sus habitantes con sus particulares formas de vida que se alejan de lo formal y de lo planificado.  Aquí nada es masivo, se va quedando un dejo de vida antigua y de cosas viejas que conviven junto al turismo incipiente que hace pocos años se desarrolla en Valparaíso y que no tiene nada que ver con el turismo de los balnearios por ejemplo, ni con la actividad turística típica de nuestros espectaculares paisajes del norte o de la Patagonia de Chile.

Y curiosamente los extranjeros y chilenos que recorren nuestro país, cuando deciden en algún minuto de lúcidez y cambio de vida, buscar un nuevo lugar para vivir, indefectiblemente se instalan en Valparaíso a pesar de toda su precariedad y fragilidad.  Siempre me pregunté por qué, insólita pregunta viniendo de mi propia historia personal: yo elegí Valparaíso para vivir hace ya, 17 años.  Pero no tuve respuesta clara sino hasta hace pocos años, antes fueron sólo algunas sensaciones e intuiciones, ahora ya sé por qué.

Cuando recién conocí y recorrí a fondo Valparaíso, mi primer impulso fue de arrancar, de salir corriendo; había aquí una energía, un despelote, un encontrarse a la vuelta de cada esquina con lo mejor y peor de uno mismo muy fuertes. Todo lo hermoso y lo feo de mi estaba en cada paso que subía y bajaba del cerro.  Aquí uno convive en los barrios con todo el mundo sin diferenciación de clase social, aquí somos todos iguales, aquí las modas no corren. Eso, al poco tiempo se transformó un anclaje profundo a este puerto, a tomar conciencia cierta de que nunca más me iría de Valparaíso. La vida acá era posiblemente feliz por su sencillez y su particular belleza.

Eso que me pasó a mí no es una situación excepcional. Todas las personas que han adoptado a Valparaíso para vivir tienen una historia parecida. Por eso podemos valorar y entender lo importante de reflexionar hacia dónde apunta la forma de hacer turismo en nuestra ciudad, ya que hasta aquí vemos mucha improvisación y error.  No se trata de modificar, modernizar y clonar a Valparaíso en su esencia para hacerla parecida a lugares típicamente turísticos, porque es justamente esa gran diferencia la que la hace atractiva, única y un verdadero imán.

Aquí es donde nos falta un plan director, un camino que apunte hacia el objetivo de la preservación y el cuidado de la forma de vida porteña. No entiendo por turismo llenarnos de hoteles boutique en pleno casco histórico o lugares patrimoniales, tampoco la proliferación de restaurantes carísimos y de dudosa calidad, concentrados casi todos en un mismo lugar; menos la llegada de un mall en el borde costero y de las inmobiliarias construyendo edificios y torres sin piedad en medio de los cerros. Tambien necesitamos regulación y control de la cantidad de taxis colectivos recorriendo sin piedad nuestras calles, y recuperar la agradable sensación de caminar sin la contaminación del desmedido número de autos ofreciendo un pésimo y caro servicio, y ojo con la cantidad de gigantografías y pantallas publicitarias de las empresas de retail que se quieren instalar en Valparaíso.

Este puerto es el lugar ideal para marcar la diferencia que ya tiene: comercio local, antiguo y a pequeña escala, restauración y recuperación de antiguas edificaciones, actividad cultural original y de excepción. Es una maravilla contar por estos días con Festival de Danza, Festival Internacional de Fotografía de Valparaíso, Festival de Cine Recobrado, Puerto de Ideas, Festival Internacional de Cuenta Cuentos y de Payasos, Festival de Teatro Container, etc. todas actividades únicas de gran aporte a la comunidad y al turismo.  Creo que es la manera, sin ser experta, que visualizo para apuntar a una forma valiosa de hacer turismo en una ciudad patrimonial. Esa es nuestra gracia, nuestro plus y nuestra ventaja que reconocen los extranjeros que nos visitan y los que se quieren quedar para siempre aquí, los chilenos que eligen a Valparaíso para tener la posibilidad de otra forma de vida, los porteños mismos que defienden sus espacios y su vida cotidiana y que se quedan en el puerto por generaciones con orgullo y amor.

¿Usted se imagina a Valparaíso con teams en alguna de sus playas, con malls a la orilla del mar, con festivales de la canción, con mega supermercados en sus principales calles, con cerros para ricos y pobres, con casino y palmeras? No pues, eso ya no sería Valparaíso, sería apenas un remedo de Viña del Mar o de Miami.

domingo, 6 de noviembre de 2011

VALPARAISO HUMILLADO UNA VEZ MÁS

Yo no sé a ti, pero a mí las humillantes imágenes de los carros del ascensor Barón y sus rieles, abandonados cual chatarra en el Parque Quintil de Valparaíso junto a rumas de antiguos adoquines, no sólo me produjeron dolor y rabia, también me hicieron cambiar rápidamente el tema de la columna que tenía preparada para esta semana.  Es que en medio de ese traidor acostumbramiento y resignación de la mayoría de los porteños  a que en nuestra ciudad estas cosas son naturales, que el abandono y la desidia frente a los temas que nos aquejan como puerto, como patrimonio de la humanidad, son cotidianos, yo no puedo pasarlos por alto. Como ciudadana levanto mi voz, me rebelo, pego un grito fuerte y profundo: ¡Ya basta!  No solamente basta de tener a nuestros ascensores, medio de transporte fundamental para la vida en los cerros de Valparaíso, paralizados y muertos sino que ahora también debemos verlos abandonados en pésimo estado como un escombro más, ¿esperando qué, ser vendidos al kilo como metal, como un cachureo cualquiera? La nota periodística en TVN, no sólo en su noticiario central sino en el regional, me dio vergüenza e impotencia, ¿por qué nuestra hermosa ciudad tiene que ser humillada y saqueada en forma permanente por las autoridades encargadas de regir sus destinos en vez de de cuidarla y defenderla?, ¿por qué? Porque elegimos mal, queridos porteños, porque en las campañas electorales todos los candidatos nos mienten, nos muestran edificantes intenciones de sacar adelante y fortalecer la identidad y la potencia que  Valparaíso tiene naturalmente.  Sin embargo, a poco andar comienzan los lloriqueos alcaldicios,  la consabida imposibilidad de hacer algo por falta de recursos, por sentirse atados de manos por la contraloría, por ser sobrepasados por los problemas endémicos que arrastra el puerto y por un largo etcétera de justificaciones para explicar la falta de capacidad, de visión y de voluntad de solucionar aquellas demandas que son urgentes, todas ellas conocidas y archireconocidas por todos.

Foto: Eduardo Couve
La imagen de Valparaíso se vende oficial y extraoficialmente con fotos de ascensores, con calles antiguas adoquinadas hace siglos, con los cerros recibiendo de pie y orgullosos a todos sus visitantes; sin embargo esa es, a estas alturas, una publicidad engañosa de la ciudad, que llama a confusión, a sentirse estafado.  Y la vergüenza es una práctica diaria que padecemos quienes vivimos aquí frente a las preguntas de los visitantes que por cada cosa que consultan y que figuran en sus guías turísticas, uno debe contestar: no funciona, no existe, se acabó.  La vergüenza a la que estamos expuestos a diario y de la que las autoridades escapan hábilmente, es imperdonable e injustificable.  Ya perdimos la cuenta de la cantidad de fechas que nos han entregado para volver a tener los ascensores de Valparaíso funcionando, ya ni sabemos la cantidad de estudios carísimos encargados a no sé qué tipo de organizaciones para ver su factibilidad de funcionamiento; las veces que nos prometen a través de diarios, radios y revistas que ahora sí, ahora ya vienen, ahora sí que sí tendremos los ascensores.  Mientras tanto el tiempo pasando cruel e implacable, por años, en que sectores quedan completamente aislados por la falta de transporte. El Cerro Bellavista, a la altura del Museo a Cielo Abierto, es uno de los más emblemáticos, pero a nadie parece importarle demasiado: “…es que la situación es tan compleja”.  Mientras tanto, las estaciones de los ascensores en estado de muerte y fantasmagoría, sufren saqueos, incendios, cierres y abandono.  Allí donde han existido piezas importadas antiquísimas y valiosas que son parte de la historia de Valparaíso, ahora libradas a su propia suerte. ¿Cómo llegaron a ese descampado todos esos adoquines antiguos arrumbados como escombros junto a los carros y los rieles? Suponíamos que en los arreglos del cerro Alegre y Concepción se retiraban los adoquines para luego devolverlos a su lugar… ¿Qué pasó con ello, es también parte de la inoperancia, del desfalco, de la indolencia?.

Lautaro Rosas
Tengo en mis manos un valioso libro llamado “Cartas a mi Abuelo, don Lautaro Rosas” escrito por su nieta Magdalena Rosas, músico, habitante y defensora de la Patagonia Chilena, en donde investiga y nos cuenta de la gestión y el carácter de quien fuera alcalde de Valparaíso, un verdadero “hacedor”, ajeno a la corrupción y al escamoteo de fondos públicos, un auténtico servidor público que concreta y realiza en el puerto lo que soñó a pesar de que muchos de los problemas que hoy aquejan a la ciudad ya se hacían presentes entre 1928 y 1930.  Sin embargo, él tuvo la capacidad y el espíritu para engrandecer y trabajar por solucionar los problemas de Valparaíso, en el breve lapso de su alcaldía. Su característica era la rapidez en la acción, recorriendo y supervisando  personalmente avenidas, calles y cerros en donde se hacían trabajos, para imponerse de su marcha, como si se tratara de algo propio. ¿Qué diría don Lautaro Rosas si viera lo que ha ocurrido con los ascensores de Valparaíso? Es  probable que él nunca permitiera una paralización de ellos.

Libro: Ascensores, E. Couve
Y tengo también a mano otros tres bellos libros de fotografías y textos sobre Valparaíso, de Eduardo Couve: “Ascensores”, “Escaleras” y “Valparaíso Imaginario”. Lecturas que recomiendo ampliamente para comprender la importancia de devolverle la dignidad a nuestra ciudad, a través de sus ascensores y de un cuidado real y profundo a su identidad. 

“En los ascensores se balancea la vida, mientras sus carros oscilantes contemplan el diario vivir de este puerto, el habitante invisible deja al viento su vestir”