domingo, 6 de noviembre de 2011

VALPARAISO HUMILLADO UNA VEZ MÁS

Yo no sé a ti, pero a mí las humillantes imágenes de los carros del ascensor Barón y sus rieles, abandonados cual chatarra en el Parque Quintil de Valparaíso junto a rumas de antiguos adoquines, no sólo me produjeron dolor y rabia, también me hicieron cambiar rápidamente el tema de la columna que tenía preparada para esta semana.  Es que en medio de ese traidor acostumbramiento y resignación de la mayoría de los porteños  a que en nuestra ciudad estas cosas son naturales, que el abandono y la desidia frente a los temas que nos aquejan como puerto, como patrimonio de la humanidad, son cotidianos, yo no puedo pasarlos por alto. Como ciudadana levanto mi voz, me rebelo, pego un grito fuerte y profundo: ¡Ya basta!  No solamente basta de tener a nuestros ascensores, medio de transporte fundamental para la vida en los cerros de Valparaíso, paralizados y muertos sino que ahora también debemos verlos abandonados en pésimo estado como un escombro más, ¿esperando qué, ser vendidos al kilo como metal, como un cachureo cualquiera? La nota periodística en TVN, no sólo en su noticiario central sino en el regional, me dio vergüenza e impotencia, ¿por qué nuestra hermosa ciudad tiene que ser humillada y saqueada en forma permanente por las autoridades encargadas de regir sus destinos en vez de de cuidarla y defenderla?, ¿por qué? Porque elegimos mal, queridos porteños, porque en las campañas electorales todos los candidatos nos mienten, nos muestran edificantes intenciones de sacar adelante y fortalecer la identidad y la potencia que  Valparaíso tiene naturalmente.  Sin embargo, a poco andar comienzan los lloriqueos alcaldicios,  la consabida imposibilidad de hacer algo por falta de recursos, por sentirse atados de manos por la contraloría, por ser sobrepasados por los problemas endémicos que arrastra el puerto y por un largo etcétera de justificaciones para explicar la falta de capacidad, de visión y de voluntad de solucionar aquellas demandas que son urgentes, todas ellas conocidas y archireconocidas por todos.

Foto: Eduardo Couve
La imagen de Valparaíso se vende oficial y extraoficialmente con fotos de ascensores, con calles antiguas adoquinadas hace siglos, con los cerros recibiendo de pie y orgullosos a todos sus visitantes; sin embargo esa es, a estas alturas, una publicidad engañosa de la ciudad, que llama a confusión, a sentirse estafado.  Y la vergüenza es una práctica diaria que padecemos quienes vivimos aquí frente a las preguntas de los visitantes que por cada cosa que consultan y que figuran en sus guías turísticas, uno debe contestar: no funciona, no existe, se acabó.  La vergüenza a la que estamos expuestos a diario y de la que las autoridades escapan hábilmente, es imperdonable e injustificable.  Ya perdimos la cuenta de la cantidad de fechas que nos han entregado para volver a tener los ascensores de Valparaíso funcionando, ya ni sabemos la cantidad de estudios carísimos encargados a no sé qué tipo de organizaciones para ver su factibilidad de funcionamiento; las veces que nos prometen a través de diarios, radios y revistas que ahora sí, ahora ya vienen, ahora sí que sí tendremos los ascensores.  Mientras tanto el tiempo pasando cruel e implacable, por años, en que sectores quedan completamente aislados por la falta de transporte. El Cerro Bellavista, a la altura del Museo a Cielo Abierto, es uno de los más emblemáticos, pero a nadie parece importarle demasiado: “…es que la situación es tan compleja”.  Mientras tanto, las estaciones de los ascensores en estado de muerte y fantasmagoría, sufren saqueos, incendios, cierres y abandono.  Allí donde han existido piezas importadas antiquísimas y valiosas que son parte de la historia de Valparaíso, ahora libradas a su propia suerte. ¿Cómo llegaron a ese descampado todos esos adoquines antiguos arrumbados como escombros junto a los carros y los rieles? Suponíamos que en los arreglos del cerro Alegre y Concepción se retiraban los adoquines para luego devolverlos a su lugar… ¿Qué pasó con ello, es también parte de la inoperancia, del desfalco, de la indolencia?.

Lautaro Rosas
Tengo en mis manos un valioso libro llamado “Cartas a mi Abuelo, don Lautaro Rosas” escrito por su nieta Magdalena Rosas, músico, habitante y defensora de la Patagonia Chilena, en donde investiga y nos cuenta de la gestión y el carácter de quien fuera alcalde de Valparaíso, un verdadero “hacedor”, ajeno a la corrupción y al escamoteo de fondos públicos, un auténtico servidor público que concreta y realiza en el puerto lo que soñó a pesar de que muchos de los problemas que hoy aquejan a la ciudad ya se hacían presentes entre 1928 y 1930.  Sin embargo, él tuvo la capacidad y el espíritu para engrandecer y trabajar por solucionar los problemas de Valparaíso, en el breve lapso de su alcaldía. Su característica era la rapidez en la acción, recorriendo y supervisando  personalmente avenidas, calles y cerros en donde se hacían trabajos, para imponerse de su marcha, como si se tratara de algo propio. ¿Qué diría don Lautaro Rosas si viera lo que ha ocurrido con los ascensores de Valparaíso? Es  probable que él nunca permitiera una paralización de ellos.

Libro: Ascensores, E. Couve
Y tengo también a mano otros tres bellos libros de fotografías y textos sobre Valparaíso, de Eduardo Couve: “Ascensores”, “Escaleras” y “Valparaíso Imaginario”. Lecturas que recomiendo ampliamente para comprender la importancia de devolverle la dignidad a nuestra ciudad, a través de sus ascensores y de un cuidado real y profundo a su identidad. 

“En los ascensores se balancea la vida, mientras sus carros oscilantes contemplan el diario vivir de este puerto, el habitante invisible deja al viento su vestir”

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