martes, 1 de octubre de 2013

VALPARAISO ME DA PENA



Todavía duelen estas palabras que deslizó claramente Marcelo Cicali,  exitoso empresario, dueño de los restoranes  Liguria de Santiago, en su charla  en la Universidad Santa María de Valparaíso, durante el desarrollo de la ENEI 2012  (Encuentro Nacional de Emprendimiento e Innovación) en diciembre recién pasado. Palabras que encierran una sensación compartida entre quienes vivimos en el puerto y quienes lo visitan tratando aún de buscar en la ciudad patrimonio algún vestigio de buen gusto, de dignidad y de buena gestión para una ciudad, que en medio de uno que otro rescate arquitectónico, se pierde tras las toneladas de basura; un comercio ambulante que se ha tomado las principales calles y de las torres de departamentos que proliferan en el plan y cerros sin ningún respeto ni contemplación hacia nuestra geografía.  Es más, se hunde ante la amenaza de la instalación de un mall en pleno borde costero, entrada principal desde el mar hacia la bahía de Valparaíso.

Hemos tenido recientemente elecciones en donde el alcalde ha sido reelecto a pesar de una gestión mediocre y que privilegia la instalación de las inmobiliarias y del retail con total libertinaje, sin importar la calidad de vida de los ciudadanos ni mucho menos el cuidado y protección hacia una ciudad declarada patrimonio cultural de la humanidad.  Su reelección es la señal inequívoca del estado de deterioro de nuestra sociedad en donde el mercantilismo desatado y la vulgaridad se han impuesto con fuerza en desmedro del pensamiento, la belleza y la austeridad.

Valparaíso tiene, indudablemente, muchos problemas que resolver como ciudad, pero no podremos avanzar  mientras no se pueda partir desde lo más básico como es su limpieza.  El asunto se ha vuelto grave y no se dan pistas de solución.  La basura no sólo afea, daña y asquea, la basura se impone junto a las otras suciedades que la llevan de la mano: el encarpamiento permanente de la ciudad para instalar verdaderos mercados persas en todas nuestras plazas públicas con motivos variados; la sobreexplotación comercial grosera de los cerros Alegre y Concepción; la desidia y abandono de lugares como la Plaza Victoria, Parque Italia y Plaza OHiggins, entre otros; el comercio desigual de las grandes cadenas que barren con el comercio local, pequeño e identitario; los estacionamientos subterráneos que anteponen el uso del auto al del peatón en una ciudad pequeña y de calles angostas y como broche de oro (falso) los comerciantes ambulantes que crecen sin control como  una verdadera epidemia y que además ahora nos corren a balazos.

Sumémosle a lo anterior toda la inmensa cantidad de basura que significan los grandes eventos o fiestas masivas como los Mil Tambores o las del año nuevo, en donde las autoridades llaman a medio Chile a venir a celebrar a Valparaíso sin tener ni un plan de acción para enfrentar a esos cientos de miles de personas que llegan al puerto en una fiesta del “reviente” que no resiste salvación. O sea, en Valparaíso todos hacen catarsis colectiva, con la venia municipal, pero sin recibir beneficio alguno.  Esto es parte de la otra basura.
Yo tengo la misma pena por Valparaíso que el Sr. Cicali.  Yo elegí vivir en Valparaíso hace 20 años y trabajar incansablemente por colaborar desde mi quehacer con los problemas de la ciudad, sin embargo hoy estoy muy cansada y opté por arrancar del puerto cada vez que vienen estas fiestas masivas, cada vez que la basura me aplasta y me contamina también a mí.
 
La artista Chantal de Rementería escribió a raíz de mi desazón por lo que se avecinaba con la fiesta del año nuevo unas palabras que también reflejan ese sentimiento que compartimos porteños y algunos visitantes: “Valparaíso, pobre ciudad maltratada, una mueca tratando de divertir a quienes sin saber de ella la visitan en pos de falsos mitos creados por los mercaderes”.  Es verdad, Valparaíso da pena.