Todavía duelen estas palabras que deslizó claramente Marcelo Cicali, exitoso empresario, dueño de los restoranes Liguria de Santiago, en su charla en la Universidad Santa María de Valparaíso, durante el desarrollo de la ENEI 2012 (Encuentro Nacional de Emprendimiento e Innovación) en diciembre recién pasado. Palabras que encierran una sensación compartida entre quienes vivimos en el puerto y quienes lo visitan tratando aún de buscar en la ciudad patrimonio algún vestigio de buen gusto, de dignidad y de buena gestión para una ciudad, que en medio de uno que otro rescate arquitectónico, se pierde tras las toneladas de basura; un comercio ambulante que se ha tomado las principales calles y de las torres de departamentos que proliferan en el plan y cerros sin ningún respeto ni contemplación hacia nuestra geografía. Es más, se hunde ante la amenaza de la instalación de un mall en pleno borde costero, entrada principal desde el mar hacia la bahía de Valparaíso.
Hemos tenido
recientemente elecciones en donde el alcalde ha sido reelecto a pesar de una
gestión mediocre y que privilegia la instalación de las inmobiliarias y del
retail con total libertinaje, sin importar la calidad de vida de los ciudadanos
ni mucho menos el cuidado y protección hacia una ciudad declarada patrimonio
cultural de la humanidad. Su reelección
es la señal inequívoca del estado de deterioro de nuestra sociedad en donde el
mercantilismo desatado y la vulgaridad se han impuesto con fuerza en desmedro
del pensamiento, la belleza y la austeridad.
Valparaíso tiene,
indudablemente, muchos problemas que resolver como ciudad, pero no podremos
avanzar mientras no se pueda partir
desde lo más básico como es su limpieza.
El asunto se ha vuelto grave y no se dan pistas de solución. La basura no sólo afea, daña y asquea, la
basura se impone junto a las otras suciedades que la llevan de la mano: el
encarpamiento permanente de la ciudad para instalar verdaderos mercados persas
en todas nuestras plazas públicas con motivos variados; la sobreexplotación
comercial grosera de los cerros Alegre y Concepción; la desidia y abandono de
lugares como la Plaza Victoria,
Parque Italia y Plaza OHiggins, entre otros; el comercio desigual de las
grandes cadenas que barren con el comercio local, pequeño e identitario; los
estacionamientos subterráneos que anteponen el uso del auto al del peatón en
una ciudad pequeña y de calles angostas y como broche de oro (falso) los
comerciantes ambulantes que crecen sin control como una verdadera epidemia y que además ahora nos
corren a balazos.
Sumémosle a lo
anterior toda la inmensa cantidad de basura que significan los grandes eventos
o fiestas masivas como los Mil Tambores o las del año nuevo, en donde las
autoridades llaman a medio Chile a venir a celebrar a Valparaíso sin tener ni
un plan de acción para enfrentar a esos cientos de miles de personas que llegan
al puerto en una fiesta del “reviente” que no resiste salvación. O sea, en
Valparaíso todos hacen catarsis colectiva, con la venia municipal, pero sin
recibir beneficio alguno. Esto es parte
de la otra basura.
Yo tengo la misma
pena por Valparaíso que el Sr. Cicali.
Yo elegí vivir en Valparaíso hace 20 años y trabajar incansablemente por
colaborar desde mi quehacer con los problemas de la ciudad, sin embargo hoy
estoy muy cansada y opté por arrancar del puerto cada vez que vienen estas
fiestas masivas, cada vez que la basura me aplasta y me contamina también a mí.
La artista Chantal
de Rementería escribió a raíz de mi desazón por lo que se avecinaba con la
fiesta del año nuevo unas palabras que también reflejan ese sentimiento que
compartimos porteños y algunos visitantes: “Valparaíso, pobre ciudad maltratada, una mueca tratando de divertir a quienes
sin saber de ella la visitan en pos de falsos mitos creados por los
mercaderes”. Es verdad, Valparaíso da
pena.