lunes, 8 de julio de 2013

NADA QUE CELEBRAR



El tango dice que “veinte años no es nada” y es cierto, pero diez años de mala gestión y mediocridad maltratando nuestra valiosa ciudad-puerto es mucho. Es un nuevo aniversario desde que Valparaíso fuera declarada Patrimonio de la Humanidad y el balance es tan triste como lapidario, la ciudad ha ido perdiendo identidad; el abandono y la suciedad son parte de la escena cotidiana y estamos amenazados una y otra vez por inmobiliarias que a costa de nuestro paisaje y geografía instalan impunemente, torres de departamentos tapando vistas a la bahía y cadenas de retail con vista al mar. No tenemos nada que celebrar; la municipalidad cuelga unos pobres pendones en la fachada de su edificio llamando a los porteños a festejar este título (en vías de extinción, además) cuando la calidad de vida en Valparaíso ha ido en desmedro de sus habitantes para favorecer proyectos del todo anti patrimoniales.

Estamos “celebrando” estos diez años mientras nuestras principales plazas se ven amenazadas por estacionamientos subterráneos que transformarán espacios de naturaleza y encuentro ciudadano en  grandes explanadas de cemento con inclusión de supermercados y escaleras mecánicas. La Plaza Victoria se deja morir lentamente tras un imperdonable abandono, sin escaños, sucia y con árboles talados, estrategia clara para llegar con el proyecto de cemento en gloria y majestad.

“Celebramos” estos diez años con la aprobación de todo tipo de irregularidades para construir un mall en pleno borde costero, transformando nuestra entrada principal por el mar a la ciudad, en una vitrina de centro comercial absolutamente disociado de la ciudad misma y  de su entorno.

Inmobiliarias destruyendo paisaje
de los cerros
“Celebramos” diez años patrimoniales con nuestras calles llenas de basura, caca de perros por todos lados, miles de ellos vagando sin rumbo, un comercio ambulante desatado en las principales avenidas y una proliferación de ferias tipo persas vendiendo todo tipo de chucherías y baratijas, pseudamente artesanales.

Son diez años en que vemos como se terminan librerías, cafés y centros de eventos por la especulación inmobiliaria que sube los precios de arriendo a sumas astronómicas favoreciendo la llegada de cadenas de farmacias, de telefonía celular y supermercados.

Diez largos años de ofrecer la ciudad al mercantilismo desatado sin protección alguna hacia la vida de barrio en los cerros de Valparaíso, sin proyectos urbanos interesantes para renovar sectores emblemáticos y únicos como la Av. Pedro Montt, por ejemplo. Y en vez de ello, vemos con espanto las intervenciones urbanas mediocres y muy poco felices como el entorno del Arco Británico, entre otras.

No ha existido en estos diez años intención alguna por parte de las distintas gestiones municipales por ofrecer un desarrollo sustentable y serio para mejorar y recuperar la arquitectura antigua de Valparaíso y ofrecer alternativas modernas acordes a una ciudad única y patrimonial (con o sin la declaración de la Unesco) como es la nuestra.

Está bueno de seguir con el lloriqueo permanente por parte de los distintos alcaldes por la falta de recursos, basta ya de negociados oscuros y sospechosos, está bueno ya de actuar cuando el daño es irreversible. Que los permisos de construcción en altura queden paralizados por orden municipal a estas alturas del partido no es más que una medida tardía e interesada que mira más al electorado que a la contaminación arquitectónica de los cerros. Los sectores que ahora se quieren proteger (Barón, Esperanza y Placeres) ya están saturados de edificios con todos los problemas que ello ha generado. No queda ya mucho que proteger allí.

 Estos  diez años, desde que Valparaíso fuera nominada como una ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad, debieran ser el momento para que autoridades y ciudadanos reflexionáramos en torno a su profundo deterioro, para que se decida de una vez por todas, trabajar por un Valparaíso que esté a la altura de su título y de su belleza, y no siga siendo ofrecida como un producto cualquiera a la máquina trituradora de los intereses más bajos del mercado que la prostituyen para el beneficio económico de unos pocos.

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