El tango dice que “veinte
años no es nada” y es cierto, pero diez años de mala gestión y mediocridad
maltratando nuestra valiosa ciudad-puerto es mucho. Es un nuevo aniversario
desde que Valparaíso fuera declarada Patrimonio de la Humanidad y el balance es
tan triste como lapidario, la ciudad ha ido perdiendo identidad; el abandono y
la suciedad son parte de la escena cotidiana y estamos amenazados una y otra
vez por inmobiliarias que a costa de nuestro paisaje y geografía instalan
impunemente, torres de departamentos tapando vistas a la bahía y cadenas de
retail con vista al mar. No tenemos nada que celebrar; la municipalidad cuelga
unos pobres pendones en la fachada de su edificio llamando a los porteños a
festejar este título (en vías de extinción, además) cuando la calidad de vida
en Valparaíso ha ido en desmedro de sus habitantes para favorecer proyectos del
todo anti patrimoniales.
Estamos “celebrando”
estos diez años mientras nuestras principales plazas se ven amenazadas por
estacionamientos subterráneos que transformarán espacios de naturaleza y
encuentro ciudadano en grandes
explanadas de cemento con inclusión de supermercados y escaleras mecánicas. La
Plaza Victoria se deja morir lentamente tras un imperdonable abandono, sin
escaños, sucia y con árboles talados, estrategia clara para llegar con el
proyecto de cemento en gloria y majestad.
“Celebramos” estos diez
años con la aprobación de todo tipo de irregularidades para construir un mall
en pleno borde costero, transformando nuestra entrada principal por el mar a la
ciudad, en una vitrina de centro comercial absolutamente disociado de la ciudad
misma y de su entorno.
Inmobiliarias destruyendo paisaje de los cerros |
Son diez años en que vemos como se terminan librerías, cafés y centros de eventos por la especulación inmobiliaria que sube los precios de arriendo a sumas astronómicas favoreciendo la llegada de cadenas de farmacias, de telefonía celular y supermercados.
Diez largos años de
ofrecer la ciudad al mercantilismo desatado sin protección alguna hacia la vida
de barrio en los cerros de Valparaíso, sin proyectos urbanos interesantes para
renovar sectores emblemáticos y únicos como la Av. Pedro Montt, por ejemplo. Y
en vez de ello, vemos con espanto las intervenciones urbanas mediocres y muy
poco felices como el entorno del Arco Británico, entre otras.
No ha existido en estos
diez años intención alguna por parte de las distintas gestiones municipales por
ofrecer un desarrollo sustentable y serio para mejorar y recuperar la
arquitectura antigua de Valparaíso y ofrecer alternativas modernas acordes a
una ciudad única y patrimonial (con o sin la declaración de la Unesco) como es
la nuestra.
Está bueno de seguir con
el lloriqueo permanente por parte de los distintos alcaldes por la falta de
recursos, basta ya de negociados oscuros y sospechosos, está bueno ya de actuar
cuando el daño es irreversible. Que los permisos de construcción en altura
queden paralizados por orden municipal a estas alturas del partido no es más
que una medida tardía e interesada que mira más al electorado que a la
contaminación arquitectónica de los cerros. Los sectores que ahora se quieren proteger
(Barón, Esperanza y Placeres) ya están saturados de edificios con todos los
problemas que ello ha generado. No queda ya mucho que proteger allí.
Estos diez años, desde que Valparaíso fuera nominada
como una ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad, debieran ser el momento
para que autoridades y ciudadanos reflexionáramos en torno a su profundo
deterioro, para que se decida de una vez por todas, trabajar por un Valparaíso
que esté a la altura de su título y de su belleza, y no siga siendo ofrecida
como un producto cualquiera a la máquina trituradora de los intereses más bajos
del mercado que la prostituyen para el beneficio económico de unos pocos.
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